V. DÍA 365
Allí estaban un año
después, los cuatro sobrevivientes. Los cuatro jinetes en medio del
apocalipsis. Se habían establecido en un campamento propio creado por ellos.
Nathan, a quien ellos conocían cómo Trevor, empezaba a tener indicios de una
barba de pubertad. Anna tenía ahora el cabello largo. Wolf por otro lado tenía
una gran barba y era aún más musculoso. Y Jordan seguía idéntico, no había
cambiado en lo más absoluto, era el leal Sancho Panza de Wolf en todas las
situaciones, ambos formaban una gran dupla, habían aprendido a destilar alcohol
y a sembrar tabaco para noches especiales cómo esta, llevaban un año juntos
cómo grupo y se habían conocido después del peor día de sus vidas, excepto para
Wolf cuyo peor día había sido cuándo perdió a su esposa e hijo. Cada uno con
sus demonios en su interior, cada uno con el peso de las muertes que los había
rodeado en algún momento, estaban felices, se reían, contaban chistes y
compartían un gran momento digno de inmortalizar en una fotografía.
Casi no les gustaba
hablar de ese día, preferían hablar de cualquier cosa, en cierto modo, cada uno
le daba vergüenza decir la forma en que habían sobrevivido, sus pensamientos en
esa noche. Cada uno contaba evento divertidos de la vida que llevaban antes de
que lo muertos caminaran en medio de los vivos.
En cuanto a
Necropolis, el nombre que le habían dado ahora a la gran ciudad, nadie iba en
esa dirección, la publicidad sobre visitar la ciudad parecía ahora un chiste de
mal gusto en medio de la situación. La última vez que habían pasado cerca había
sido cinco meses atrás cuando fueron a un supermercado en busca de recursos,
Nathan se rio de la señal que indicaba la población del lugar
—
Cuarenta y cinco millones de
habitantes – dijo Nathan riéndose – cuarenta y cinco millones de bastardos
zombis.
—
¡Oye! Hay una de esos cuarenta y cinco
millones parada justo aquí, ten un poco más de respeto – dijo Anna en tono de
broma.
—
¿Realmente llegaste a ser tan
importante como para ser parte de esa cifra? – preguntó Jordan.
—
No lo sé, creo que realmente nunca
pertenecí a este lugar – dijo Anna.
—
Creo que por eso lograste salir – dijo
Nathan.
—
Cuarenta y cinco millones, mejor que
se queden ahí encerrados – dijo Wolf acercándose a ellos.
—
Mejor vámonos, este lugar me da
escalofríos – dijo Anna después de escupirle a la señal
Anna se devolvió
sólo para escribir: “Yo, Anna Parker, sobreviví”.
Por otro
lado nunca habían ido a Winewood, varias veces lo habían considerado, pero
Nathan siempre lograba que no lo hicieran, aunque una vez pasando cerca al
bosque de Aven, pudo haber jurado que vio la figura de dos niños persiguiéndose
entre ellos. Tal vez en un pequeño almacén de herramientas del pueblo de
Winewood aún habían dos niños sobre una repisa esperando por su desaparecido
hermano, con miedo, con un negro sentir apoderándose de su inocencia casi
intacta, los niños podían ver la sangre meterse por debajo de la puerta
despavoridos, llevaban ya un año así, desnutridos y sucios pero tan vivos como
Nathan o alguno de sus otros compañeros. ¿Algún día lo sabría? No, seguramente,
para él un árbol no moría si nadie estaba ahí para escucharlo caer, para siempre
sus hermanos estarían dentro de una caja entre estar vivos y muertos, por
siempre se resumirían a un par de sombras que de vez en cuando veía corretear
bajo los árboles, por siempre serían esos niños asustados dentro del “porche”
quienes corrieron desesperados hasta ese mismo lugar buscando salvarse. Winewood
era ahora un pueblo de fantasmas, tan diminuto en medio del mapa, al lado de la
gran ciudad la cuenta de ciudadano era de más o menos mil personas, pero fue en
ese lugar empezó algo que destruyó el mundo entero, en esa noche dónde dos
niños lloraban mientras su hermano corría por su vida.
Esta noche
seguramente la recordaría Wolf, el fuego los iluminaba cálidamente, no había esa
probabilidad de que en su memoria la luna resplandeciente que había, se manchara
del color del mar. Su esposa y su hijo siempre estarían con él, los llevaba
tatuados en la piel, en ese lugar tan especial que siempre quemaba en
efervescencia y sentimiento mientras estaba con ellos, ese lugar que lo había
impulsado a acabar con todos los zombis hace un año en aquel restaurante. De
tanto tiempo juntos, todos pudieron llegar a ver en algún momento, que Wolf,
justo en el pecho, tenía el tatuaje de su esposa y su hijo sonriendo, algunos
de los otros tatuajes se le habían dañado, estaba mezclados con cicatrices y
heridas que le habían dado sus enemigos en un momento, pero ese tan cercano al
corazón seguía intacto.
Ya casi al
finalizar la noche Jordan se sentía afortunado, no era fuerte ni habilidoso en
algún sentido, en estos momentos su intelecto parecía realmente servir de muy
poco ante la amenaza constante de ser comidos vivos. De tantos años en el
laboratorio y utilizando el virus había aprendido realmente muy poco de este,
pero en tan sólo un año había aprendido tanto de sus compañeros de viaje que
por nada del mundo quería volver al centro de investigaciones de Blackwell, se
sentía tan partícipe de la muerte de toda la gente que no tenía ganas ni de
recordar los pasillos blancos ni la zona de desinfección, había salido ese día
para escapar y jamás volvería a cruzar esa puerta. Siempre pensó que la vida
estaba ante una evolución que podía lograr mediante este virus, pero había
olvidado que la evolución misma estaba en una gran gama de seres, Wolf le había
enseñado cómo el cuerpo y la voluntad pueden ser más fuertes que el mismo
infierno en el que él había tomado parte. Jordan era realmente un suertudo,
estaba ahí, fumándose un cigarrillo y tomándose un whisky casero como si fuera
un día de domingo normal, de esos en las que las personas se reúnen hasta altas
horas de la noche para celebrar la vida, en este momento, era de una forma más
literal.
De repente
Wolf cogió un pequeño parlante de su moto para colocar música, era una canción
de Immortuos bastante movida y pesada.
—
Deberías apagar eso – dijo Jordan algo molesto –
Podría atraer a los zombis.
—
Sí, pero que es la vida sin estos riesgos –
contestó Wolf – Celebremos hoy y si van a venir los muertos, que vengan, ya
habrá un momento para plantarle cara a ellos.
—
Sí Jordan, disfrútala – le dijo Anna con un
toque coqueto.
Nathan se
puso de pie ante la canción, la conocía, era “Down with the poison of blood”
era parte del tercer álbum de la banda, uno de los mejores.
—
No puedo creer que de toda la gente,
sobrevivieran otros dos fans de Immortuos – dijo Wolf alegremente, quien
también se ponía de pie.
—
Mi favorita de toda la vida, aunque mis padres
la odiaban – dijo Anna.
—
Los míos también, pero ahora ya no importa,
murieron – dijo Nathan.
—
Tienes razón Trevor, estar vivos ahora nos da el
derecho a hacer lo que se nos venga en gana, nos lo ganamos – dijo Anna
tomándolo a él y a Wolf de las manos y empezando a bailar en círculos en torno
a la fogata.
Jordan no
podía estar más de acuerdo, no conocía la música y en general le parecían
gritos sin sentido hasta ese preciso momento en que comprendió que no estaba
sólo y que tal vez eso que él nunca encontró en ningún lado, ellos lo habían
encontrado, ahora todos eran huérfanos, o tal vez siempre lo fueron, habían
perdido muchas cosas, o tal vez nunca las tuvieron realmente, tal vez todas las
falencias y traumas previos al apocalipsis era lo que los había endurecido, no
ver a otros ser devorados, siempre habían sido así, sobrevivientes, sólo que
ahora en esa precisa noche ya no sentían vergüenza de nada.
—
¡Espérenme! – gritó Jordan uniéndose a su baile
extraño mientras tenían la música de fondo.
Puede que
hace un año hubieran sobrevivido y puede que para el siguiente ya estén muertos
y convertidos zombis, unos más entre todos los que ya habían, si vivían o no,
no era importante, después de todo, en ese preciso lugar estaba todo lo que les
quedaba, era poco y efímero mientras al acecho había tantas criaturas, pero no
importaba realmente, esa noche, los cuatro sobrevivientes bailaron alrededor
del fuego, como si estuvieran bailando tomados de la mano con la misma muerte.
FIN.
por
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