martes, 19 de mayo de 2020

DÍA Z PARTE 2


II. Nathan.

Winewood estaba a aproximadamente cuatro horas de la gran ciudad, muchos de sus habitantes trabjaban allá así que se veían en la obligación de hacer el largo recorrido siempre oscuras por lo temprano o tarde que fuera la hora en la que entraran o salieran de trabajar, la vía era casi en línea recta excepto por el último tramo antes de entrar a la gigantesca urbe. Las dos localidades contrastaban en varios aspectos, la diferencia en cantidad de habitantes provocaba ya cambios abismales en la forma de vida, en Winewood todos se conocían, se sonreían los unos a los otros amablemente mientras paseaban por las pequeñas calles que cubrían en su totalidad la extensión del pueblo, tan sólo había una tienda general, un puesto de salud y el edificio más grande era la estación de policía, una vieja estructura de madera que había estado ahí desde mucho antes que el más viejo de los habitantes. De madera era construido el pueblo y la madera lo rodeaba por el bosque de Aven, legendario por las múltiples historias de fantasmas que conducían de vez en cuando a los adolescentes a ahondarse en el bosque en busca de una aventura sombría para contar en sus días de vejez, era hacia justamente el bosque sombrío hacia dónde apuntaba la ventana del cuarto de Nathan, árboles y neblina impedían ver más allá, al escenario de las historias que rondaban entre las bocas de sus compañeros de la escuela para asustar a los niños más pequeños, quienes estallaban en un llanto desesperado al pensar que tales ocurrieron tan cerca a su hogar. En ese bosque habitaban brujas, hombres lobo, gigantes, seres de otras dimensiones y asesinos en serie dignos de una película slasher de los años 80´s dónde morían docenas de adolescentes de una manera sanguinaria, Nathan amaba estas películas, solía escaparse a veces de la escuela al cine para poder verlas en soledad, lejos de cualquier bully de la escuela o de sus mismos padres, la pantalla jamás parecía querer mirarlo a los ojos con una mirada juzgante a la que ya en cierto modo se había acostumbrado pero sin embargo, no dejaba de molestarle siempre en las cenas familiares, noche tras noche Nathan bajaba la mirada con el fin de evitar dichos ojos puestos sobre él, era el hijo mayor de una familia católica bastante devota.
         Bendice Dios estos alimentos sobre la mesa, bendice el techo que nos cubre y nos permite no pasar de frío en las noches de invierno ni quemarnos con el sol en verano, bendice la luz que ilumina mi cabeza, la de mi esposa, mi hijo Joshua, mi hijo Ezequiel y mi hijo Nathan, cúbrelos con tu santa sangre, alejalos de las fuerzas del mal, las tentaciones y la profanidad que hoy en día rodea nuestro mundo y busca apoderarse de él a pasos agigantados – Oraba el padre de Nathan con los codos sobre la mesa.
Entre palabra y palabra estas más se desvanecían en la mente de Nathan quien sólo podía sentir la lengua de su padre cómo la de una serpiente engañando a Adam y a Eva para tomar el fruto prohibido, al fin y al cabo fueron ellos quienes otorgaron la condición humana a la obra más grande del creador, tomaron aquella fruta que colgaba de un árbol y la habían disfrutado a cada segundo mientras lo hacían sin sentir ningún arrepentimiento, entonces corrió sangre por los campos, Caín mató a Abel, el hombre es el lobo del hombre dijo Hobbes en uno de sus escritos o Rousseau al decir que el hombre nace bueno y la sociedad es quien lo corrompe, el origen del mal nunca es claro en ningún momento, los libros de historia relatan las hazañas de la maldad pero nunca dónde empezó, las pinturas muestran la libertad guiando al pueblo pero nunca vemos en qué momento el pueblo se dejó guiar por esta, nunca sabemos porque se genera una fuerza en medio de un paradigma para contradecirlo, pero sí sabemos lo que logra la insurgencia, “La historia la escriben los ganadores” pensaba Nathan sobre la mesa viendo un crucifijo que colgaba de la pared justo detrás de su padre quien ahora en silencio ponía las manos en gran cercanía a su rostro y cerraba los ojos con mucha fuerza, sus manos eran tan grandes que casi cubrían la totalidad de su ancho rostro, recordaba una historia sobre cómo la argolla de matrimonio de su padre había costado más debido al tamaño de sus dedos, la argolla era de una aleación entre oro blanco y dorado, no se tambaleaba, le quedaba casi tan precisa cómo ese reloj fino que nunca se quitaba, plateado y deslumbrante, lo cuidaba más que a sí mismo, lo limpiaba hasta las doce de la noche en el baño con mucha delicadeza y ocupando toda una toalla en este objeto que siempre llevaba colgando de la muñeca, era sencillo para Nathan recordarlo, ese condenado reloj, le caía pesado sobre la cara si se portaba mal, podía sentir la mica en los dientes o en los huesos alrededor del ojo. Su padre siempre le alegaba a Dios del mal comportamiento de Nathan, de porqué tendía hacia los gustos blasfemos, rezaba siempre con las manos aún manchadas de sangre que también tenía Nathan en el rostro que caía al suelo derrotado tras cada golpiza.
         Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa—decía el padre mientras hacía caer su mano sobre su pecho los domingos en la iglesia.
El lobo era el lobo del hombre, el padre hacía correr la sangre del hijo, su padre había nacido bueno y la sociedad lo había corrompido, tras cada golpe Nathan recordaba dichos pasajes, cómo sin Adán estuviera golpeando a Caín o a Abel por seguir el sendero que les fue designado por el error de los padres y aquel fruto colgante del árbol, lo imaginaba de un intenso color rojo cómo el de la carne cruda o pimientos sobre la mesa que ahora se disponían a comer después del minuto de silencio del padre.


La cena había terminado en silencio, no había preguntas de los progenitores a los hijos ni viceversa, Nathan subió corriendo a su cuarto, prefería siempre hacerlo después de lavar los platos para evitar cualquier confrontación con su padre, al día siguiente tenía escuela así que era la excusa perfecta para irse tan rápidamente para dormirse temprano. Para Nathan su cuarto era un lugar de paz, bajo la cama estaba el libro de Stephen King que llevaba escondiendo por varias semanas mientras lo terminaba, lo había tomado de la única biblioteca del pueblo tras ver la película en el cine. Nathan se dispuso a leer con una linterna para no prender la luz y mantener su escondite, devoró un centenar de páginas y un par de capítulos que le vinieron con gran alegría a la imaginación, los monstruos sobre naturales le parecían agradables, eran la magia del arte que sintetizaba las cosas reales del mundo, esa oscuridad que come la humanidad en bandeja de plata, para transformarla en aventuras emocionantes que poco o nada tenían que ver con la vida real. La linterna le permitía ver un mundo que cabía debajo de su cama que le gustaba más que aquel que podía percibir desde la ventana, casi no le gustaba ver por ahí, a pesar de no creer en monstruos siempre sintió algo raro en ese bosque, hace más o menos dos años una jovencita llamada Ruby Salamanca se había intentado escapar con su delincuencial novio Trevor Cheney, se rumoraba que por última vez se les había visto en la tienda general del señor Pickles, habían comprado varios suministros y habían partido caminando hacia el bosque con grandes maletas cómo las que llevan los mochileros que recorren continentes enteros levantando el dedo. Lo que había sucedido era una tragedia, el cuerpo de Ruby había sido encontrado al lado de uno de los pocos senderos que existen del bosque, sus intestinos por fuera y una expresión de absoluto terror en su rostro, del novio, ningún rastro, jamás lo encontraron, ni siquiera su chaqueta de cuero llena de parches con bandas de heavy metal que siempre llevaba, la conclusión a la que llegaron los detectives y forenses, él la había matado y había huido hacia quién sabe dónde, unos otros pocos buscando defender la inocencia del chico decían que ambos habían sido atacados por algún animal salvaje y que ella había sido la víctima más letal, pero Nathan lo sabía, no hay animales de tan gran tamaño en el bosque frío cómo para dejar con las tripas por fuera a alguien, era un prueba más de esa maldad del ser humano que a diario veía en su padre, ver esa entrada al bosque era cómo ver directamente a los ojos de su padre, ver violencia y sangre sin que estén ahí realmente presentes.


Ya habían pasado varias horas, la lectura era extensa pero muy buena, veía a un personaje en especial, Henry Bowers, un bully que atormentaba al grupo de chicos en It, para él Henry tenía la cara de Trevor, lo había visto un par de veces de camino al cine, envidiaba su forma de rebelarse contra todo el mundo, algo que él no era capaz de hacer, pero sobre todo envidiaba su chaqueta, siempre que lo veía procuraba detallar algo más y había contado muchas bandas que a él le encantaban pero que su padre lo odiaría por escucharlas y lo masacraría, había pensado incluso en robársela, en cambio de eso llevaba el uniforme del colegio y la ropa de segunda que le compraban sus padres cada cierto tiempo. Son las diez de la noche y Nathan aún no se cansa, pero decide levantar la cabeza y ver la bruma que ya se formaba sobre los pinos, era espesa y parecía tejerse sobre la pradera que antecedía a su casa, poco a poco podía ver pequeñas montañas que salían de en medio de los árboles, arrastrándose, caminando y cada vez ocupando más espacios, Nathan no sabía si lo veía de verdad o era el cansancio en los ojos que lo hacía ver cosas, después de un rato, simplemente lo ignoró, se puso la pijama y se cubrió hasta la cabeza con la cobija.


Eran incesantes y contundentes los golpes sobre su puerta, tan rápidos uno detrás del otro que Nathan sólo sintió una gran rabia en contra de la voz de su padre. Nathan se puso de pie como un rayo mientras su padre forcejeaba con la puerta, al abrirla vio en el una expresión que nunca le había visto, vio terror en esos ojos inexpresivos tan negros que si apenas podía ver la luz de la bombilla reflejada en ellos.
         Nathan…--Dijo titubeando—Tenemos que irnos.
Lo tomó del brazo con su característica brusquedad, arrastrando a Nathan por el piso de madera, pudo ver a su madre con lágrimas en los ojos cubriendo a sus dos hermanos. Desde ese momento empezó a rodearlos un sonido cómo de lluvia, caían los golpes sobre las paredes, el sonido lo envolvía bajo un manto ensordecedor mientras bajaban al sótano a luz de vela. Su padre interpuso una tabla en la puerta para evitar que la abrieran, llevaba una escopeta de calibre 12 sobre el hombro y sus lentes gruesos se empañaban y se ensuciaban con su sudor, el sotano era un lugar oscuro, Nathan odiaba bajar ahí, olía a humedad pero podía ver gotas cayendo que se filtraran por una falla, afuera no estaba lloviendo, pero podía oír cómo los ruidos no paraban sobre su casa, su madre sólo abrazaba a sus hermanos pequeños que poco a poco sucumbían ante el terror, cómo si el ruido estuviera dentro de sus cabezas y no los hubiera dejado dormir en toda la noche.
         ¡Nathan muévete, no te quedes ahí parado! – El grito de su padre recorrió el sotano de punta a punta, en medio de la oscuridad.
Su padre agarraba más tablas para reforzar la puerta y unos cuantos muebles para atrancarla. Las velas se quemaban rápido inundando el sitio con olor a parafina, la luz amarillenta tan sólo iluminaba los rostros pero no el cuerpo de cada uno, se sentaron por horas sin que la “lluvia” parara, no caía, golpeaba horizontalmente los aposentos de la familia y se resignaba a irse, cuándo se incrementaba el padre cargaba la escopeta y apuntaba hacia la puerta que daba al exterior, Nathan sintió el impulso de acercarse a él por primera vez en muchos años.
         ¿Papá? ¿Qué está sucediendo? – le preguntó.
         Criaturas Nathan, del fondo de los avernos, han venido a tomar la tierra, ha despojarnos de todo, atacaron a los vecinos, se comieron al perro de los Parker y luego vinieron hacia mi corriendo, con sus ojos endemoniados, me tomaron del brazo pero fui más fuerte porque mi fe es más fuerte, esos blasfemos de los Parker se lo tenían bien merecido desde hace mucho tiempo – Nathan podía ver una expresión de locura en el rostro de su padre al cuál le caían algunos cabellos sobre la cara.
Nathan se alejó de su trastornado padre poco a poco. Para acercarse a su madre, esta le dio una mirada tranquilizadora. Su padre se volteó para reunirse con ellos.
         Creo que es hora de que empecemos a buscar la salvación, sentémonos todos a orar en el nombre del señor – dijo arrodillándose y tomando de las manos a su familia – Libranos señor del mal caminante sobre las tierras fértiles llenas de vida que has creado para nosotros tus servidores, corderos que caminamos por los senderos creados de tu propia mano, la misma que nos otorga la vida que hoy celebramos en estas condiciones que nos imponen las fuerzas del mal.
La religión era el opio del pueblo, pensaba Nathan,su padre se había vuelto adicto al opio y ahora sentía la abstinencia, la falta de fe, no podía creer en un Dios bajo estas circunstancias, así como no podían los judíos en un campo de concentración. Había perdido el sentido que se había construido para sí mismo durante años, hace unas horas en la cena oraba, ahora balbuceaba sin esperanza alguna buscando dar un alivio a su familia quienes se aferraban a una esquina en la oscuridad.
         Dejamos en tus manos nuestras armas, porque la carne es débil y por la carne habré pecado, habré sido falto de fe, pero todo lo he hecho en mi condición de hombre mortal – decía el padre mirando a una tabla de arriba esperando ver a Dios dentro de ella.
De repente los ruidos pararon, había un silencio digno para la oración, a través del transparente vidrio que había en el sótano, Nathan vio las 2 manos negras tomando la cabeza de su madre, se había colado adentro por un pequeño agujero, suficientemente grande para lograr esa mordedura certera al cuello, la sangre brotó como petróleo de un yacimiento cayendo sobre su hermano que arrancó a correr a la otra esquina.
         ¡Joshua no corras hacia allá! – dijo su padre enseguida.
Nathan se mantuvo frío en toda la situación, su padre repartía escopetazos a cada criatura que se le acercaba mientras retrocedía, cada vez perdiendo más de vista a la madre de sus hijos que gritaba en dolor, dispara a la cabeza, recargaba y volvía a apuntar. La respiración de su padre parecía ser más fuerte que los bestiales gruñidos de estas bestias demoniacas, él enemigo era claro para Nathan.
         ¡Chicos, todos detrás de mí para poder curbrirlos! – gritó el padre con las gafas torcidas preocupándose por sus hijos.
Nathan se cruzó con sus hermanos mientras buscaba algo con lo cual defenderse, dentro de una caja de viejas cosas vio el hacha de su abuelo ya fallecido, la tomó con las dos manos, el panorama que pudo divisar al darse la vuelta era terrible, podía ver la oscuridad cada vez opacando a su padre y a sus dos hermanos acurrucados tras él, era cómo ver el nacimiento de un nuevo Leviathan para su padre, ya no era el demiurgo en el que había creído por años y había obedecido con una ceguera semejante a la que usaba ahora para disparar y defenderse cómo último recurso en el sombrío sótano, veía unas manos tratar de agarrar una parte de él pero eran despedidas hacia atrás con el sonido similar al de un trueno que producía la escopeta en el lugar.
         Dios, yo que he sido tú fiel servidor, devoto durante años, he entregado mis acciones y mi vida a tu palabra señor, otórgame en este momento la salvación – en medio de la crisis el padre de Nathan había empezado un rezo – Nathan…. ¿Qué haces hijo?
El padre cayó derribado por el golpe que le propició Nathan por la espalda, hachazo tras hachazo, Nathan recordó cada uno de los golpes que le había dado durante años, por no lavarse los dientes, por tener los codos sobre la mesa o por tararear una canción de metal mientras iban a la misa. El hombre era el lobo del hombre pensó Nathan, no eran las criaturas quienes habían matado a su padre, era él mismo, el sería el lobo, su padre el hombre, el Caín y su padre Abel machacado por la piedra, incluso en esta situación su padre trató de tomarlo del cuello y responderle, pero Nathan usó el hacha para cortarle la mano con la que lo trató de ahorcar, esta mano tenía dicho reloj metálico y pesado, mientras veía la vida marcharse de los ojos de su padre con esa misma mirada de horror con la que lo había mirado horas antes al tocar la puerta de su cuarto, el joven tomó el reloj y se lo puso ahora él sobre la muñeca, su padre tenía el miedo, había perdido al fe al último segundo y había sido por él. Tomó la escopeta y corrió en dirección a sus hermanos.
         ¿Por qué lo hiciste? – dijo uno llorando.
         Nos servirá de distracción – respondió Nathan.
Los tomó de las manos y corrió por las gradas. Disparaba a los zombis para abrirse paso y a los que se les acercaba les atacaba con el hacha, siempre apuntando hacia la salida trasera de la casa.


Lograron salir al cabo de unos segundos, la casa estaba infestada, los había por todas partes. Afuera no era muy diferente, era cómo estar en el ojo de la tormenta, todos se acercaba con su torpe caminar hacia los tres hermanos que tan sólo podían pasarles por debajo.
         Al porche – gritó Nathan, solían llamar así al almacén de herramientas de la casa, no llegarían más lejos que ese lugar con la cantidad que habían en las calles.
Trabaron la puerta del lugar con una barra de metal, nuevamente había empezado la lluvia de golpes, de todas las direcciones, a Nathan no le hubiera sorprendido haber sentido que sus pies vibraban también por que habían más zombis debajo de ellos, tenía entendido que muchas de las casas se habían hecho encima de lo que solía ser un cementerio, ahora este lugar lo sería de nuevo, estarían ahí enterrados su padre, su madre y sus dos hermanos, no el suyo, Nathan le había dado un disparo a la lámpara y les habría dicho: “Esperen aquí, voy por ayuda”, él siempre supo que esa afirmación era falsa, que jamás volvería por ellos y para ahorrarse el dolor, tampoco los iba a recordar, ambos hermanitos lo miraron correr al bosque de Aven con la esperanza de que iba a encontrar la ayuda que les había mencionado. Los muertos ya no estaban en sus tumbas y bajo su casa, caminaban a su lado, lo seguían a todas partes, las muertes estarían para siempre en su consciencia, en este momento los dejaba atrás, la sangre cayendo por los puños de su padre, la enternecida forma de sonreírle de su madre y a sus dos hermanos con quienes jugueteaba en la sala, Nathan había entrado al bosque de Aven corriendo de los muertos que lo atormentaban, su familia. Había llorado de camino al bosque, no se había dado cuenta de nada salvo que la vista ahora era oscura, el bosque no parecía tan lleno, podía oírlos pero no verlos, caminaba despacio para no tropezarse con las raíces de los arboles negros que dejaban dar un breve vistazo a la resplandeciente luna. Caminó hasta perderse, usaba la brújula del reloj de su padre para caminar siempre en una dirección, hacia el noroeste. Lo peor de esa noche parecía haber pasado, era un lugar más intranquilo de lo que imaginaba, no había monstruos de la ficción ahí dentro ni fantasmas, sólo muchas plantas que ahora parecían amigables para ella en medio del apocalipsis. El corazón le palpitaba tan fuerte que decidió sentarse sobre un tronco, sintió el alivio en las piernas y en los brazos de soltar el hacha y la escopeta después de tanto tiempo. Por primera vez tenía un momento de paz, pudo sentir el viento pegándole en el rostro, oír el movimiento de los arboles cómo un canto a la vida y apreciar el frío ambiente que provocaba la bruma que se colaba adentro de la pijama, Nathan se sintió victorioso, había sobrevivido, seguramente los zombis se habían aglomerado en el pueblo tras la gente, no aquí dónde sólo había vegetación.


Ya casi había amanecido y Nathan de tanto caminar podía ver el borde del bosque y cómo daba a una pradera, por curiosidad decidió mirar a su izquierda, vio una reja, un letrero que decía: “Centro de investigaciones Blackwell, sólo personal autorizado”, reconocía ese nombre, era ese laboratorio que hace años se había puesto al fondo del bosque Aven, la carretera principal de Winewood conducía a él. Una vez llegó hasta allá en bicicleta, un militar muy amable le dijo que regresara por dónde vino, que no le era permitido estar ahí, él obedeció pero jamás dejó de sentir la curiosidad por dicho lugar, buscó en todos lados información pero jamás la encontró. Gregor Parker, el vecino de al lado trabajaba ahí, era un hombre de ciencia muy reservado, en general su familia lo era, a veces él se ausentaba por semanas y volvía a tomarse unos días en casa, en los últimos días antes de esto el señor Parker no había vuelto, Nathan no vio su camioneta en el garaje, ahora la estaba viendo tras la reja. Nathan empezó a trepar cuándo de repente alguien lo jaló al punto de tirarlo al suelo, Nathan no podía ver nada, pero supuso lo peor, su atacante era un zombi, apuntó con la escopeta pero al jalar el gatillo sólo hubo un ruido seco del martillo contra el metal, no había recargado, tenía los cartuchos en el bolsillo pero debía actuar rápido. Se arrastró un poco para ponerse de pie y voltearse dando un hachazo, su golpe fue certero y dio en la cabeza, el zombi se desplomó y cayó de rodillas.
         Bastardo hijo de puta – dijo Nathan mientras le daba otro golpe para asegurarse.
Estuvo a punto de marcharse pero en ese momento lo vio, reconocía ese rostro tosco de ojos pequeños, había matado a Trevor Cheney el famoso joven criminal que había desaparecido años atrás junto a su novia Ruby quien había sido encontrado muerta. En la oreja de Trevor no estaba su usual arete dorado sino una etiqueta: “Blackwell, sujeto de pruebas #64, tiempo de exposición al virus 2 años. Mutación: ninguna”. Cuándo se había dado la noticia del hallazgo del cadáver de Ruby por los periódicos locales se había alzado una demanda en contra de estos por dañar la imagen de una persona fallecida, se podía ver enteramente el cuerpo desparramado de la joven menor de edad, la familia había ganado el juicio y habían sido indemnizados por lo que hace años se habían ido a vivir a un lugar mejor, muchas veces se intentó dar una explicación desde la prensa de qué le había sucedido a la joven, ninguno llegó a estar cerca de entenderlo, de seguro ambos fueron atacados en medio del bosque, él fue mordido, por ende transformado en zombi y recuperado cómo parte de una muestra por el laboratorio, ella no había tenido tanta suerte.


Nathan estaba convencido de querer entrar a aquel sitio, había tenido suerte de haber sobrevivido y ahora debía de proteger la vida que le había costado la de toda su familia, “Trevor habría hecho lo mismo” pensó mientras se iba, no sin antes tomar la genial chaqueta de este, ponérsela encima cómo símbolo de su victoria en este nuevo amanecer. La pradera era hermosa el sol cálido brillaba ahí cómo el bosque nunca le había permitido ver “Soy el lobo del hombre” pensó en ese momento triunfal. De caminar vio a dos sujetos parados en una pequeña colina, mientras se acercaba uno de ellos se marchó, ahora pensaba que en grupo sobreviviría más tiempo, así que era un buen momento para hacer una alianza.
         Hola – dijo al acercarse.
Anna inmediatamente le apuntó con el arma, su cabello rubio estaba muy vivo por el sol y su cara se veía igual a la de Nathan, ambos sobrevivientes.
         No es mi intención atacarte – dijo con una sonrisa amigable – Somos muy pocos los humanos que quedamos cómo para matarnos entre nosotros, además veo en tus ojos la noche que has tenido.
         Tienes razón – dijo Anna bajando el arma – Además ¿Qué hago apuntándole a sólo un chico?
         Un chico con una escopeta – Nathan alzaba el arma para dejársela ver.
Anna le dio risa el chiste.
         ¿Puedo preguntarte qué haces aquí? – preguntó Nathan
         Me despedía de mi amigo, ahora iré a Winewood – Respondió Anna.
Nathan volvió a ver morir a todos los miembros de su familia, imaginó las de sus hermanos atrapados mientras lloraban cómo unos niños que no podían hacer nada mal.
         Yo vengo de allá, el lugar es un cementerio vivo
         Tengo que verlo con mis propios ojos, mis padres están allá, Gregor y Helena Parker.
Los Parker seguramente habían muerto, uno dentro del laboratorio y la señora acorralada en la casa.
         No los conozco – mintió Nathan – Pero de verdad, no creo que haya sobrevivientes allá, toda mi familia murió en ese lugar, todos se sacrificaron para salvarme, no creo querer volver ir a ese lugar.
Anna vio el rostro traumatizado de Nathan al borde de un colapso, ahora estaban juntos, los dos contra los muertos.
         Está bien, iremos a otro lugar – dijo Anna.
         ¿A dónde? – preguntó Nathan sintiéndose bien al haber logrado evitar volver a Winewood.
         No sé, ya se nos ocurrirá, vamos súbete al auto – Le dijo Anna con una hermosa sonrisa en el rostro.
Ambos se sentaron lado a lado en el auto mientras veían el sol resplandeciente.
         Linda chaqueta, siempre he sido fan de Immortuos – dijo ella.
         Gracias, es mi favorita –le respondió
         Por cierto, no te he preguntado tú nombre – dijo ella.
         Me llamo Trevor – respondió Nathan sonriendo.

por
Henry D. Valencia



Próximamente capítulo 3

No hay comentarios:

Publicar un comentario