II. Nathan.
Winewood estaba
a aproximadamente cuatro horas de la gran ciudad, muchos de sus habitantes
trabjaban allá así que se veían en la obligación de hacer el largo recorrido
siempre oscuras por lo temprano o tarde que fuera la hora en la que entraran o
salieran de trabajar, la vía era casi en línea recta excepto por el último
tramo antes de entrar a la gigantesca urbe. Las dos localidades contrastaban en
varios aspectos, la diferencia en cantidad de habitantes provocaba ya cambios
abismales en la forma de vida, en Winewood todos se conocían, se sonreían los
unos a los otros amablemente mientras paseaban por las pequeñas calles que
cubrían en su totalidad la extensión del pueblo, tan sólo había una tienda
general, un puesto de salud y el edificio más grande era la estación de
policía, una vieja estructura de madera que había estado ahí desde mucho antes
que el más viejo de los habitantes. De madera era construido el pueblo y la
madera lo rodeaba por el bosque de Aven, legendario por las múltiples historias
de fantasmas que conducían de vez en cuando a los adolescentes a ahondarse en
el bosque en busca de una aventura sombría para contar en sus días de vejez,
era hacia justamente el bosque sombrío hacia dónde apuntaba la ventana del
cuarto de Nathan, árboles y neblina impedían ver más allá, al escenario de las
historias que rondaban entre las bocas de sus compañeros de la escuela para
asustar a los niños más pequeños, quienes estallaban en un llanto desesperado
al pensar que tales ocurrieron tan cerca a su hogar. En ese bosque habitaban
brujas, hombres lobo, gigantes, seres de otras dimensiones y asesinos en serie
dignos de una película slasher de los años 80´s dónde morían docenas de
adolescentes de una manera sanguinaria, Nathan amaba estas películas, solía
escaparse a veces de la escuela al cine para poder verlas en soledad, lejos de
cualquier bully de la escuela o de sus mismos padres, la pantalla jamás parecía
querer mirarlo a los ojos con una mirada juzgante a la que ya en cierto modo se
había acostumbrado pero sin embargo, no dejaba de molestarle siempre en las
cenas familiares, noche tras noche Nathan bajaba la mirada con el fin de evitar
dichos ojos puestos sobre él, era el hijo mayor de una familia católica
bastante devota.
—
Bendice Dios estos alimentos sobre la mesa, bendice
el techo que nos cubre y nos permite no pasar de frío en las noches de invierno
ni quemarnos con el sol en verano, bendice la luz que ilumina mi cabeza, la de
mi esposa, mi hijo Joshua, mi hijo Ezequiel y mi hijo Nathan, cúbrelos con tu
santa sangre, alejalos de las fuerzas del mal, las tentaciones y la profanidad
que hoy en día rodea nuestro mundo y busca apoderarse de él a pasos agigantados
– Oraba el padre de Nathan con los codos sobre la mesa.
Entre
palabra y palabra estas más se desvanecían en la mente de Nathan quien sólo
podía sentir la lengua de su padre cómo la de una serpiente engañando a Adam y
a Eva para tomar el fruto prohibido, al fin y al cabo fueron ellos quienes
otorgaron la condición humana a la obra más grande del creador, tomaron aquella
fruta que colgaba de un árbol y la habían disfrutado a cada segundo mientras lo
hacían sin sentir ningún arrepentimiento, entonces corrió sangre por los
campos, Caín mató a Abel, el hombre es el lobo del hombre dijo Hobbes en uno de
sus escritos o Rousseau al decir que el hombre nace bueno y la sociedad es
quien lo corrompe, el origen del mal nunca es claro en ningún momento, los
libros de historia relatan las hazañas de la maldad pero nunca dónde empezó,
las pinturas muestran la libertad guiando al pueblo pero nunca vemos en qué
momento el pueblo se dejó guiar por esta, nunca sabemos porque se genera una
fuerza en medio de un paradigma para contradecirlo, pero sí sabemos lo que
logra la insurgencia, “La historia la escriben los ganadores” pensaba Nathan
sobre la mesa viendo un crucifijo que colgaba de la pared justo detrás de su
padre quien ahora en silencio ponía las manos en gran cercanía a su rostro y
cerraba los ojos con mucha fuerza, sus manos eran tan grandes que casi cubrían
la totalidad de su ancho rostro, recordaba una historia sobre cómo la argolla
de matrimonio de su padre había costado más debido al tamaño de sus dedos, la
argolla era de una aleación entre oro blanco y dorado, no se tambaleaba, le
quedaba casi tan precisa cómo ese reloj fino que nunca se quitaba, plateado y
deslumbrante, lo cuidaba más que a sí mismo, lo limpiaba hasta las doce de la
noche en el baño con mucha delicadeza y ocupando toda una toalla en este objeto
que siempre llevaba colgando de la muñeca, era sencillo para Nathan recordarlo,
ese condenado reloj, le caía pesado sobre la cara si se portaba mal, podía
sentir la mica en los dientes o en los huesos alrededor del ojo. Su padre
siempre le alegaba a Dios del mal comportamiento de Nathan, de porqué tendía
hacia los gustos blasfemos, rezaba siempre con las manos aún manchadas de
sangre que también tenía Nathan en el rostro que caía al suelo derrotado tras
cada golpiza.
—
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran
culpa—decía el padre mientras hacía caer su mano sobre su pecho los domingos en
la iglesia.
El lobo era
el lobo del hombre, el padre hacía correr la sangre del hijo, su padre había
nacido bueno y la sociedad lo había corrompido, tras cada golpe Nathan
recordaba dichos pasajes, cómo sin Adán estuviera golpeando a Caín o a Abel por
seguir el sendero que les fue designado por el error de los padres y aquel
fruto colgante del árbol, lo imaginaba de un intenso color rojo cómo el de la
carne cruda o pimientos sobre la mesa que ahora se disponían a comer después
del minuto de silencio del padre.
La cena había
terminado en silencio, no había preguntas de los progenitores a los hijos ni
viceversa, Nathan subió corriendo a su cuarto, prefería siempre hacerlo después
de lavar los platos para evitar cualquier confrontación con su padre, al día
siguiente tenía escuela así que era la excusa perfecta para irse tan
rápidamente para dormirse temprano. Para Nathan su cuarto era un lugar de paz,
bajo la cama estaba el libro de Stephen King que llevaba escondiendo por varias
semanas mientras lo terminaba, lo había tomado de la única biblioteca del
pueblo tras ver la película en el cine. Nathan se dispuso a leer con una
linterna para no prender la luz y mantener su escondite, devoró un centenar de
páginas y un par de capítulos que le vinieron con gran alegría a la
imaginación, los monstruos sobre naturales le parecían agradables, eran la
magia del arte que sintetizaba las cosas reales del mundo, esa oscuridad que
come la humanidad en bandeja de plata, para transformarla en aventuras emocionantes
que poco o nada tenían que ver con la vida real. La linterna le permitía ver un
mundo que cabía debajo de su cama que le gustaba más que aquel que podía
percibir desde la ventana, casi no le gustaba ver por ahí, a pesar de no creer
en monstruos siempre sintió algo raro en ese bosque, hace más o menos dos años
una jovencita llamada Ruby Salamanca se había intentado escapar con su
delincuencial novio Trevor Cheney, se rumoraba que por última vez se les había
visto en la tienda general del señor Pickles, habían comprado varios
suministros y habían partido caminando hacia el bosque con grandes maletas cómo
las que llevan los mochileros que recorren continentes enteros levantando el
dedo. Lo que había sucedido era una tragedia, el cuerpo de Ruby había sido
encontrado al lado de uno de los pocos senderos que existen del bosque, sus
intestinos por fuera y una expresión de absoluto terror en su rostro, del
novio, ningún rastro, jamás lo encontraron, ni siquiera su chaqueta de cuero
llena de parches con bandas de heavy metal que siempre llevaba, la conclusión a
la que llegaron los detectives y forenses, él la había matado y había huido
hacia quién sabe dónde, unos otros pocos buscando defender la inocencia del
chico decían que ambos habían sido atacados por algún animal salvaje y que ella
había sido la víctima más letal, pero Nathan lo sabía, no hay animales de tan
gran tamaño en el bosque frío cómo para dejar con las tripas por fuera a
alguien, era un prueba más de esa maldad del ser humano que a diario veía en su
padre, ver esa entrada al bosque era cómo ver directamente a los ojos de su
padre, ver violencia y sangre sin que estén ahí realmente presentes.
Ya habían
pasado varias horas, la lectura era extensa pero muy buena, veía a un personaje
en especial, Henry Bowers, un bully que atormentaba al grupo de chicos en It, para él Henry tenía la cara de
Trevor, lo había visto un par de veces de camino al cine, envidiaba su forma de
rebelarse contra todo el mundo, algo que él no era capaz de hacer, pero sobre
todo envidiaba su chaqueta, siempre que lo veía procuraba detallar algo más y
había contado muchas bandas que a él le encantaban pero que su padre lo odiaría
por escucharlas y lo masacraría, había pensado incluso en robársela, en cambio
de eso llevaba el uniforme del colegio y la ropa de segunda que le compraban
sus padres cada cierto tiempo. Son las diez de la noche y Nathan aún no se
cansa, pero decide levantar la cabeza y ver la bruma que ya se formaba sobre
los pinos, era espesa y parecía tejerse sobre la pradera que antecedía a su casa,
poco a poco podía ver pequeñas montañas que salían de en medio de los árboles,
arrastrándose, caminando y cada vez ocupando más espacios, Nathan no sabía si
lo veía de verdad o era el cansancio en los ojos que lo hacía ver cosas,
después de un rato, simplemente lo ignoró, se puso la pijama y se cubrió hasta
la cabeza con la cobija.
Eran incesantes y
contundentes los golpes sobre su puerta, tan rápidos uno detrás del otro que
Nathan sólo sintió una gran rabia en contra de la voz de su padre. Nathan se
puso de pie como un rayo mientras su padre forcejeaba con la puerta, al abrirla
vio en el una expresión que nunca le había visto, vio terror en esos ojos
inexpresivos tan negros que si apenas podía ver la luz de la bombilla reflejada
en ellos.
—
Nathan…--Dijo titubeando—Tenemos que
irnos.
Lo tomó del brazo
con su característica brusquedad, arrastrando a Nathan por el piso de madera,
pudo ver a su madre con lágrimas en los ojos cubriendo a sus dos hermanos.
Desde ese momento empezó a rodearlos un sonido cómo de lluvia, caían los golpes
sobre las paredes, el sonido lo envolvía bajo un manto ensordecedor mientras
bajaban al sótano a luz de vela. Su padre interpuso una tabla en la puerta para
evitar que la abrieran, llevaba una escopeta de calibre 12 sobre el hombro y
sus lentes gruesos se empañaban y se ensuciaban con su sudor, el sotano era un
lugar oscuro, Nathan odiaba bajar ahí, olía a humedad pero podía ver gotas
cayendo que se filtraran por una falla, afuera no estaba lloviendo, pero podía
oír cómo los ruidos no paraban sobre su casa, su madre sólo abrazaba a sus
hermanos pequeños que poco a poco sucumbían ante el terror, cómo si el ruido
estuviera dentro de sus cabezas y no los hubiera dejado dormir en toda la
noche.
—
¡Nathan muévete, no te quedes ahí
parado! – El grito de su padre recorrió el sotano de punta a punta, en medio de
la oscuridad.
Su padre agarraba
más tablas para reforzar la puerta y unos cuantos muebles para atrancarla. Las
velas se quemaban rápido inundando el sitio con olor a parafina, la luz
amarillenta tan sólo iluminaba los rostros pero no el cuerpo de cada uno, se
sentaron por horas sin que la “lluvia” parara, no caía, golpeaba horizontalmente
los aposentos de la familia y se resignaba a irse, cuándo se incrementaba el
padre cargaba la escopeta y apuntaba hacia la puerta que daba al exterior,
Nathan sintió el impulso de acercarse a él por primera vez en muchos años.
—
¿Papá? ¿Qué está sucediendo? – le
preguntó.
—
Criaturas Nathan, del fondo de los
avernos, han venido a tomar la tierra, ha despojarnos de todo, atacaron a los
vecinos, se comieron al perro de los Parker y luego vinieron hacia mi
corriendo, con sus ojos endemoniados, me tomaron del brazo pero fui más fuerte
porque mi fe es más fuerte, esos blasfemos de los Parker se lo tenían bien
merecido desde hace mucho tiempo – Nathan podía ver una expresión de locura en
el rostro de su padre al cuál le caían algunos cabellos sobre la cara.
Nathan se alejó de
su trastornado padre poco a poco. Para acercarse a su madre, esta le dio una
mirada tranquilizadora. Su padre se volteó para reunirse con ellos.
—
Creo que es hora de que empecemos a
buscar la salvación, sentémonos todos a orar en el nombre del señor – dijo
arrodillándose y tomando de las manos a su familia – Libranos señor del mal
caminante sobre las tierras fértiles llenas de vida que has creado para
nosotros tus servidores, corderos que caminamos por los senderos creados de tu
propia mano, la misma que nos otorga la vida que hoy celebramos en estas
condiciones que nos imponen las fuerzas del mal.
La religión era el
opio del pueblo, pensaba Nathan,su padre se había vuelto adicto al opio y ahora
sentía la abstinencia, la falta de fe, no podía creer en un Dios bajo estas
circunstancias, así como no podían los judíos en un campo de concentración.
Había perdido el sentido que se había construido para sí mismo durante años,
hace unas horas en la cena oraba, ahora balbuceaba sin esperanza alguna
buscando dar un alivio a su familia quienes se aferraban a una esquina en la
oscuridad.
—
Dejamos en tus manos nuestras armas,
porque la carne es débil y por la carne habré pecado, habré sido falto de fe,
pero todo lo he hecho en mi condición de hombre mortal – decía el padre mirando
a una tabla de arriba esperando ver a Dios dentro de ella.
De repente los
ruidos pararon, había un silencio digno para la oración, a través del
transparente vidrio que había en el sótano, Nathan vio las 2 manos negras tomando
la cabeza de su madre, se había colado adentro por un pequeño agujero,
suficientemente grande para lograr esa mordedura certera al cuello, la sangre
brotó como petróleo de un yacimiento cayendo sobre su hermano que arrancó a
correr a la otra esquina.
—
¡Joshua no corras hacia allá! – dijo
su padre enseguida.
Nathan se mantuvo
frío en toda la situación, su padre repartía escopetazos a cada criatura que se
le acercaba mientras retrocedía, cada vez perdiendo más de vista a la madre de
sus hijos que gritaba en dolor, dispara a la cabeza, recargaba y volvía a
apuntar. La respiración de su padre parecía ser más fuerte que los bestiales
gruñidos de estas bestias demoniacas, él enemigo era claro para Nathan.
—
¡Chicos, todos detrás de mí para poder
curbrirlos! – gritó el padre con las gafas torcidas preocupándose por sus
hijos.
Nathan se cruzó con
sus hermanos mientras buscaba algo con lo cual defenderse, dentro de una caja
de viejas cosas vio el hacha de su abuelo ya fallecido, la tomó con las dos
manos, el panorama que pudo divisar al darse la vuelta era terrible, podía ver
la oscuridad cada vez opacando a su padre y a sus dos hermanos acurrucados tras
él, era cómo ver el nacimiento de un nuevo Leviathan para su padre, ya no era
el demiurgo en el que había creído por años y había obedecido con una ceguera
semejante a la que usaba ahora para disparar y defenderse cómo último recurso
en el sombrío sótano, veía unas manos tratar de agarrar una parte de él pero
eran despedidas hacia atrás con el sonido similar al de un trueno que producía
la escopeta en el lugar.
—
Dios, yo que he sido tú fiel servidor,
devoto durante años, he entregado mis acciones y mi vida a tu palabra señor,
otórgame en este momento la salvación – en medio de la crisis el padre de
Nathan había empezado un rezo – Nathan…. ¿Qué haces hijo?
El padre cayó
derribado por el golpe que le propició Nathan por la espalda, hachazo tras
hachazo, Nathan recordó cada uno de los golpes que le había dado durante años,
por no lavarse los dientes, por tener los codos sobre la mesa o por tararear
una canción de metal mientras iban a la misa. El hombre era el lobo del hombre
pensó Nathan, no eran las criaturas quienes habían matado a su padre, era él
mismo, el sería el lobo, su padre el hombre, el Caín y su padre Abel machacado
por la piedra, incluso en esta situación su padre trató de tomarlo del cuello y
responderle, pero Nathan usó el hacha para cortarle la mano con la que lo trató
de ahorcar, esta mano tenía dicho reloj metálico y pesado, mientras veía la
vida marcharse de los ojos de su padre con esa misma mirada de horror con la
que lo había mirado horas antes al tocar la puerta de su cuarto, el joven tomó
el reloj y se lo puso ahora él sobre la muñeca, su padre tenía el miedo, había
perdido al fe al último segundo y había sido por él. Tomó la escopeta y corrió
en dirección a sus hermanos.
—
¿Por qué lo hiciste? – dijo uno
llorando.
—
Nos servirá de distracción – respondió
Nathan.
Los tomó de las
manos y corrió por las gradas. Disparaba a los zombis para abrirse paso y a los
que se les acercaba les atacaba con el hacha, siempre apuntando hacia la salida
trasera de la casa.
Lograron salir al
cabo de unos segundos, la casa estaba infestada, los había por todas partes.
Afuera no era muy diferente, era cómo estar en el ojo de la tormenta, todos se
acercaba con su torpe caminar hacia los tres hermanos que tan sólo podían
pasarles por debajo.
—
Al porche – gritó Nathan, solían
llamar así al almacén de herramientas de la casa, no llegarían más lejos que
ese lugar con la cantidad que habían en las calles.
Trabaron la puerta
del lugar con una barra de metal, nuevamente había empezado la lluvia de
golpes, de todas las direcciones, a Nathan no le hubiera sorprendido haber
sentido que sus pies vibraban también por que habían más zombis debajo de
ellos, tenía entendido que muchas de las casas se habían hecho encima de lo que
solía ser un cementerio, ahora este lugar lo sería de nuevo, estarían ahí
enterrados su padre, su madre y sus dos hermanos, no el suyo, Nathan le había
dado un disparo a la lámpara y les habría dicho: “Esperen aquí, voy por ayuda”,
él siempre supo que esa afirmación era falsa, que jamás volvería por ellos y
para ahorrarse el dolor, tampoco los iba a recordar, ambos hermanitos lo
miraron correr al bosque de Aven con la esperanza de que iba a encontrar la
ayuda que les había mencionado. Los muertos ya no estaban en sus tumbas y bajo
su casa, caminaban a su lado, lo seguían a todas partes, las muertes estarían
para siempre en su consciencia, en este momento los dejaba atrás, la sangre
cayendo por los puños de su padre, la enternecida forma de sonreírle de su
madre y a sus dos hermanos con quienes jugueteaba en la sala, Nathan había
entrado al bosque de Aven corriendo de los muertos que lo atormentaban, su
familia. Había llorado de camino al bosque, no se había dado cuenta de nada
salvo que la vista ahora era oscura, el bosque no parecía tan lleno, podía
oírlos pero no verlos, caminaba despacio para no tropezarse con las raíces de
los arboles negros que dejaban dar un breve vistazo a la resplandeciente luna.
Caminó hasta perderse, usaba la brújula del reloj de su padre para caminar
siempre en una dirección, hacia el noroeste. Lo peor de esa noche parecía haber
pasado, era un lugar más intranquilo de lo que imaginaba, no había monstruos de
la ficción ahí dentro ni fantasmas, sólo muchas plantas que ahora parecían
amigables para ella en medio del apocalipsis. El corazón le palpitaba tan
fuerte que decidió sentarse sobre un tronco, sintió el alivio en las piernas y
en los brazos de soltar el hacha y la escopeta después de tanto tiempo. Por
primera vez tenía un momento de paz, pudo sentir el viento pegándole en el
rostro, oír el movimiento de los arboles cómo un canto a la vida y apreciar el
frío ambiente que provocaba la bruma que se colaba adentro de la pijama, Nathan
se sintió victorioso, había sobrevivido, seguramente los zombis se habían
aglomerado en el pueblo tras la gente, no aquí dónde sólo había vegetación.
Ya casi había
amanecido y Nathan de tanto caminar podía ver el borde del bosque y cómo daba a
una pradera, por curiosidad decidió mirar a su izquierda, vio una reja, un
letrero que decía: “Centro de investigaciones Blackwell, sólo personal
autorizado”, reconocía ese nombre, era ese laboratorio que hace años se había
puesto al fondo del bosque Aven, la carretera principal de Winewood conducía a
él. Una vez llegó hasta allá en bicicleta, un militar muy amable le dijo que
regresara por dónde vino, que no le era permitido estar ahí, él obedeció pero
jamás dejó de sentir la curiosidad por dicho lugar, buscó en todos lados
información pero jamás la encontró. Gregor Parker, el vecino de al lado
trabajaba ahí, era un hombre de ciencia muy reservado, en general su familia lo
era, a veces él se ausentaba por semanas y volvía a tomarse unos días en casa,
en los últimos días antes de esto el señor Parker no había vuelto, Nathan no
vio su camioneta en el garaje, ahora la estaba viendo tras la reja. Nathan
empezó a trepar cuándo de repente alguien lo jaló al punto de tirarlo al suelo,
Nathan no podía ver nada, pero supuso lo peor, su atacante era un zombi, apuntó
con la escopeta pero al jalar el gatillo sólo hubo un ruido seco del martillo
contra el metal, no había recargado, tenía los cartuchos en el bolsillo pero
debía actuar rápido. Se arrastró un poco para ponerse de pie y voltearse dando
un hachazo, su golpe fue certero y dio en la cabeza, el zombi se desplomó y
cayó de rodillas.
—
Bastardo hijo de puta – dijo Nathan
mientras le daba otro golpe para asegurarse.
Estuvo a punto de
marcharse pero en ese momento lo vio, reconocía ese rostro tosco de ojos
pequeños, había matado a Trevor Cheney el famoso joven criminal que había
desaparecido años atrás junto a su novia Ruby quien había sido encontrado
muerta. En la oreja de Trevor no estaba su usual arete dorado sino una
etiqueta: “Blackwell, sujeto de pruebas #64, tiempo de exposición al virus 2
años. Mutación: ninguna”. Cuándo se había dado la noticia del hallazgo del
cadáver de Ruby por los periódicos locales se había alzado una demanda en
contra de estos por dañar la imagen de una persona fallecida, se podía ver
enteramente el cuerpo desparramado de la joven menor de edad, la familia había
ganado el juicio y habían sido indemnizados por lo que hace años se habían ido
a vivir a un lugar mejor, muchas veces se intentó dar una explicación desde la
prensa de qué le había sucedido a la joven, ninguno llegó a estar cerca de
entenderlo, de seguro ambos fueron atacados en medio del bosque, él fue
mordido, por ende transformado en zombi y recuperado cómo parte de una muestra
por el laboratorio, ella no había tenido tanta suerte.
Nathan estaba
convencido de querer entrar a aquel sitio, había tenido suerte de haber
sobrevivido y ahora debía de proteger la vida que le había costado la de toda
su familia, “Trevor habría hecho lo mismo” pensó mientras se iba, no sin antes
tomar la genial chaqueta de este, ponérsela encima cómo símbolo de su victoria
en este nuevo amanecer. La pradera era hermosa el sol cálido brillaba ahí cómo
el bosque nunca le había permitido ver “Soy el lobo del hombre” pensó en ese
momento triunfal. De caminar vio a dos sujetos parados en una pequeña colina,
mientras se acercaba uno de ellos se marchó, ahora pensaba que en grupo
sobreviviría más tiempo, así que era un buen momento para hacer una alianza.
—
Hola – dijo al acercarse.
Anna inmediatamente
le apuntó con el arma, su cabello rubio estaba muy vivo por el sol y su cara se
veía igual a la de Nathan, ambos sobrevivientes.
—
No es mi intención atacarte – dijo con
una sonrisa amigable – Somos muy pocos los humanos que quedamos cómo para
matarnos entre nosotros, además veo en tus ojos la noche que has tenido.
—
Tienes razón – dijo Anna bajando el
arma – Además ¿Qué hago apuntándole a sólo un chico?
—
Un chico con una escopeta – Nathan
alzaba el arma para dejársela ver.
Anna le dio risa el
chiste.
—
¿Puedo preguntarte qué haces aquí? –
preguntó Nathan
—
Me despedía de mi amigo, ahora iré a
Winewood – Respondió Anna.
Nathan volvió a ver
morir a todos los miembros de su familia, imaginó las de sus hermanos atrapados
mientras lloraban cómo unos niños que no podían hacer nada mal.
—
Yo vengo de allá, el lugar es un
cementerio vivo
—
Tengo que verlo con mis propios ojos,
mis padres están allá, Gregor y Helena Parker.
Los Parker
seguramente habían muerto, uno dentro del laboratorio y la señora acorralada en
la casa.
—
No los conozco – mintió Nathan – Pero
de verdad, no creo que haya sobrevivientes allá, toda mi familia murió en ese
lugar, todos se sacrificaron para salvarme, no creo querer volver ir a ese
lugar.
Anna vio el rostro
traumatizado de Nathan al borde de un colapso, ahora estaban juntos, los dos
contra los muertos.
—
Está bien, iremos a otro lugar – dijo
Anna.
—
¿A dónde? – preguntó Nathan
sintiéndose bien al haber logrado evitar volver a Winewood.
—
No sé, ya se nos ocurrirá, vamos
súbete al auto – Le dijo Anna con una hermosa sonrisa en el rostro.
Ambos se sentaron
lado a lado en el auto mientras veían el sol resplandeciente.
—
Linda chaqueta, siempre he sido fan de
Immortuos – dijo ella.
—
Gracias, es mi favorita –le respondió
—
Por cierto, no te he preguntado tú
nombre – dijo ella.
—
Me llamo Trevor – respondió Nathan
sonriendo.
por
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