Dia z.
I. Anna
Anna había
llegado tarde del trabajo. La casa se mantenía en gran orden a pesar de no ser
verano ni primavera y del gélido entrante por la ventana que daba justo en la
cocina, hecha en su mayoría de metal. Era la única forma para ella de evitar
pagar una factura más alta por el aire acondicionado central del edificio, a
coste de esto, debía soportar el frío incluso con la estufa y el horno
prendidos. Estofado, su especialidad, llevaba tiempo cocinando para sí misma,
una de las muchas desventajas de ser una pequeña joven en una ciudad donde cada
apartamento medía un espacio de 10x10.
Hoy sería
una noche linda, era fin de semana, así que Anna tomaría una copa de vino,
vería una película y se dormiría ligeramente tarde bajo la sinfonía de una metrópolis
que nunca duerme y despiertaría bajo la pulsante necesidad de salir a buscarse
la vida. Anna apreciaba momentos como este, podía dejarse llevar un poco
mientras contemplaba las luces al fondo, como si tratase de una gran pintura la
cuál recordaría al final de sus días, le resultaba más interesante el paisaje
cambiante que el marco fijo de un cuadro que permanece estático en los museos,
amaba la ciudad y las ventajas que esta le brindaba, amaba el metro y el sonar
de los carros en la venida con un pitido prolongado en raras ocasiones que eran
cómo momentos que conmemorar ya que rara vez se oían en la calle de afuera de
su casa los pasos de las ruedas más que de las personas, ella amaba esto, amaba
oír el bullicio humano a pesar de no discernir ninguna parte de una
conversación en particular, le bastaba con poder imaginarlas, a dónde se
dirigía esa cabeza rubia similar a una hormiga, o aquél hombre de traje y
sombrero que adelantaba a los demás transeúntes con prisa. Anna observaba todo
desde la cómoda posición de su balcón se ponía en el de forma que escuchara la
ciudad en un lado y su olla en el otro para evitar cualquier error en la
cocina, de esta forma sentía el claro oscuro de estar afuera y adentro del
mundo al tiempo.
El tiempo
pasó entre persona y persona que caminaba bajo los ojos de Anna hasta que al
fín se sirvió su comida, tomó un plato y meticulosamente lo lavó antes de
ponerlo sobre la mesa y servirse, de la nevera sacó una botella de vino a la
mitad y tomó la única copa refinada de su hogar para ponerla sobre la mesa para
una sola persona que había en la mitad de su apartamento. En silencio pero con
disfrute devoró todo lo del plato acompañado de unas 2 o 3 copas de vino casi
llenas. En medio del banquete personal pensaba, en el mundo, en el ayer y el
hoy, cómo había llegado hasta ese momento exacto para sentir esa brisa sobre su
espalda mientras escuchaba los duros pasos de su vecino en el piso de arriba,
con la copa en la mano y sin más que hacer salvo esperar el nuevo lunes para
levantarse a trabajar.
Después de
lavar los platos Anna caminó hasta el balcón y con la ebriedad de la
somnolencia divisó a lo lejos 2 figuras sobre la calle, 2 amantes persiguiéndose
el uno al otro por todo el parque, un aire de infantilidad se notaba sobre
ambas personas quienes iban de un lado a otro alrededor de un árbol sin cansancio,
Anna se posó sobre el marco de la ventana para verlas unos escasos segundos y
cerrar la ventana para evitar el frío incomodo de las mañanas en la ciudad. Se
aproximó a su cama y se dejó desplomar sobre ella dando fuertes rebotes contra
el tendido rojo oscuro que estaba en una esquina de la habitación. Abrió los
ojos una última vez para ver la marca en su despertador, las 12 de la noche.
7 de la
mañana, Anna estaba de lado sobre los tendidos arrugados de la cama, se movía
de un lado a otro buscando la comodidad de la sombra, las múltiples ventanas de
su apartamento ahora irradiaban luz directo a su fino rostro. Al voltearse
hacia la cocina sintió el impulso de levantarse hacia ella, tomar 2 de los
tomates restantes de su cena de anoche y prepararse el desayuno con ellos.
Abrió el grifo sólo para percatarse de que había olvidado pagar el recibo, lo
tenía en su bolso doblado junto a las fotos de sus padres. El amanecer de este
día era también frío, el viento pegaba contra la ventana y el silencio yacía
sobre los pisos de abajo ya que no llegaba ruido alguno al apartamento de Anna
quien después de ver las fotos de ambos padres ahora buscaba su teléfono para
poder llamarlos, llevaba casi dos semanas sin hacerlo, se había vuelto
despreocupada con las llamadas, ya no lo hacía día de por medio cómo cuando
recién se mudó a la gran ciudad, pero ahora se disponía a hacerlo aprovechando
que su estufa apenas se ponía caliente por tan baja temperatura del ambiente.
Los timbres
del teléfono era lo único que ella escuchaba mientras caminaba de lado a lado
por el apartamento, a cada paso sonaba y sonaba la madera del suelo mientras
escuchaba también los agitados pasos de su vecino en el piso de arriba de un
lado a otro, frenéticamente, parecía seguirla dicho ruido proveniente del piso
de arriba a medida que la conexión fallaba una y otra vez al intentar llamar.
Poco a poco fue perdiendo las esperanzas de que le contestaran o de tan sólo
dejar un mensaje en el correo de voz, en esa mañana Anna no pudo tan siquiera
escuchar el mensaje grabado de sus padres, al resignarse de forma bastante
molesta tomó el bolso, una chaqueta y la bufanda, aún con agresividad por la
llamada telefónica y cruzó la puerta al espectral aura de silencio que inundaba
cada vez más a su desacostumbrada cabeza, haciéndose cada vez más notorio el
silencio, sin bullicio de la calle. A pesar de haber abierto la ventana no más
levantarse, a pesar de que la calle era la más concurrida del mundo con
alrededor de dos millones de transeúntes a diario, ese día no parecía haber
nadie.
Afuera en
el pasillo la luz titilaba sobre el techo, como siempre Anna divisó el ascensor
al fondo de la serie de puertas marcadas, cada una con una letra y dos números.
A43 decía la puerta de Anna la cuál cerró silenciosamente mientras le ponía
seguro con la mano. Adelantó por el pasillo con la punta fría de la nariz moviéndose
de lado a lado, de puerta en puerta fue saltando a pasos acelerados hasta tocar
el botón que llama al ascensor a su piso. Anna pudo escuchar desde un costado
una puerta abrirse en el eco del final del corredor, para ella era sencillo
ignorarlo, la gente salía y entraba de sus casas sin tan sólo levantar la
mirada para no tener que saludarlos en lo angosto del pasadizo o del ascensor.
Pero Anna pudo sentir viniendo desde la oscuridad intermitente que poco a poco
se apoderaba de su visión, un gruñido similar al de un animal nocturno, de esos
que los ojos se les enrojecen en el frenesí de ver a una presa, de ver a Anna,
los estruendos retumbaban del piso al techo, de manera dispar pero constante,
un golpe más profundo e intenso que el otro aproximándose cada vez más, Anna sólo
dejó escapar un grito ahogado antes de empezar a correr en dirección contraria
a la fuerza que avanzaba tambaleándose a zancadas salvajes sin señales de
cansancio, a diferencia de Anna que notaba las repercusiones de su prolongada
vida sedentaria, fue aquel rostro, de alguna vez haber alzado la mirada para
ver a sus vecinos seguramente no lo había reconocido en este momento, un rostro
lleno de rojo y tejidos casi hasta un blanco vívido y un ojo que palpitaba
desfigurado desprendido de la retina, sin duda Anna había corrido al ver la
carne hecha añicos, había corrido sin darse cuenta de que iba hacia un callejón
sin salida de que había un gran vidrio contra el que chocaría de seguir
corriendo. Anna sólo podía divisar esa ventana, blanca y resplandeciente, cargó
contra ella y golpeándola con el codo la rompió, metió primero su cabeza y con
una última parte de su pie tocó sin querer la carne fresca del individuo que la
seguía.
Se puso
contra la cornisa y con la punta de los pies en el vacío, veía como de la
ventana pequeña brotaban manos intentando rasgar el aire para acortar la
distancia que había entre ellos y Anna quien despavorida se acurrucaba con
mucho cuidado de no caer, las lágrimas empezarían a caer por su rostro destruido
moralmente, se tapaba constantemente la cara con la mano izquierda enredando
sus cabellos en el sudor, las gotas que salían desde sus ojos caían 20 pisos
para mezclarse con la sangre que cubría la pila de cadáveres con traje, con
ropa deportiva, vestidos casuales, vestidos, ropa de niños y ropa de ancianos,
sobre el cemento por el que caminaban a diario en sus vidas cotidianas yacían,
ellos y las lágrimas de Anna, que se desprendían desde sus ojos quienes no se
atrevían a mirar hacia abajo cómo lo hacía cada anoche antes de irse a dormir.
Horas,
minutos o segundos, Anna sintió lo relativo del tiempo, habían pasado semanas
desde que llamó a sus padres por última vez, tan sólo un mes desde que los
había visto, cinco años desde que se mudó a la gran ciudad, pero segundos desde
que todas sus nociones se habían perdido en el vértigo y los gruñidos, el
viento pegaba más frío que nunca contra la pared, rodeaba a Anna como una
sombra que se aferraba a ella por encima y no la dejaba moverse en ninguna
dirección estaba ahí contemplando el ocaso de la ciudad que hoy se veía pálida
con el grisáceo de los edificios. Desde ahí podía escucharlo, un gran ruido de
un helicóptero que sobrevolaba el área, fue lo que poco a poco la impulsó a
moverse la lado y lo más pegada a la pared que podía, paso a paso sentía la
muerte en un posible desliz. De voltearse hacia las ventanas que daban un
vistazo al interior de los apartamentos, paredes manchadas de sangre y personas
siendo comidas mordisco por mordisco por los no muertos que ahora reinaban en
el lugar, se movían cómo animales, por el instinto mismo, dentro sus ojos los
cuáles parecían estar por saltar de sus cuencas no había ni un rastro de haber
sido una persona algún día, una madre podía comer del cuerpo de su hijo puesto
que no lo recordaría en lo más mínimo, Anna podía escucharlo todo e imaginar el
peor escenario posible, su padre devorando a su madre mientras esta intentaba
razonar con él, en estos dentro de los cuartos no había humanidad que quedara,
ni siquiera las personas las que por tantos años había ignorado escondida tras
la puerta de su casa, ni siquiera les abría la puerta cuándo iban a tocar, ni
siquiera les retenía el ascensor cuándo los veía correr en para intentar llegar
a tiempo a sus obligaciones, ella miraba su celular y pretendía estar distraída,
ahora después de muertos ya no podía ignorarlos, a pesar de que para ella ni
siquiera tenían un rostro y recordaba más el de aquel que por poco la devora a
ella, ahora, no podía simplemente con la culpa de que esas personas estuvieran
ahí o de que alguna vez lo habían estado, al llegar a la terraza con la que
limitaba la cornisa pudo sentir finalmente algo de calor que se colaba por la
suela de su zapato, el piso golpeado directamente por el sol acalorándolo todo.
Anna no
tenía idea de que hacer, no sabía hacia dónde ir, se sentía encerrada en ese
espacio tan abierto en el que se había confinado con tal de sobrevivir, por un
instante se había salvado pero ahora tenía que pensar rápido o moriría en ese
mismo punto y de nada le habría servido sufrir todo el incesante dolor en el
codo que apenas se había notado ahora. Se quitó la blusa y se hizo una especie
de cabestrillo improvisado. De repente escuchó desde adentro 2 fuertes disparos,
el impulso de Anna fu dirigirse hacia a ellos y corrió a toda velocidad, venían
de arriba, empezó a subir a través de las escaleras de emergencia mientras los
tiros no paraban de ir y venir de un lado a otro, varias personas se gritaban
entre sí apoyándose, algunos estaban combatiendo a los zombis.
Los
cuerpos se desplomaban perdiendo por completo la fuerza y velocidad con la que
avanzaban contra el grupo de 5 personas que se cubría las espaldas unos a
otros, los sonidos metálicos de las armas se hacían más y más intensos
impulsando a Anna a terminar de trepar y correr hacia estas personas.
—
Aquí, aquí – gritó
Anna fuertemente buscando la ayuda de estos.
—
Corra hacia nosotros –
dijo una mujer quien se volteó un poco para hablarle
Entre
2 de los hombres procuraron cerrar la puerta por la que venían todos los zombis
que entraban mientras Anna se refugiaba en la espalda de estas personas.
—
Muchas gracias, pensé
que era la única – Anna si mucho podía decir las palabras con la voz muy alta,
aturdida por la situación.
—
Tranquila, que suerte
que nos encontraste – replicó la misma mujer ya más tranquila viendo cómo los
otros 2 compañeros le machacaban la cabeza a un zombi con tal de cerrar la
puerta.
—
Es mejor que se siente
y descanse – le dijo a Anna un hombre de más o menos cincuenta años que se le
había acercado por la espalda.
—
Sí, descanse porque
estamos jodidos – desde el fondo dijo uno de los que estaba cerrando la puerta,
ya que lo habían logrado, el joven gordo de tez negra se secó el sudor con la
mano con la que cargaba el arma después de decirlo – Yo ya no creo que venga
ninguna ayuda.
—
No sé si escuchó el
helicoptero, pensábamos que venía a rescatar, por eso nos arriesgamos a
subirnos hasta acá, pero siguieron de largo – La mujer de hace un rato parecía
estar sumamente molesta al respecto.
Todos
se sentaron a descansar, un hombre con gorra y camisilla se acercó a Anna para
hablarle
—
Mucho gusto, Héctor.
—
Mucho gusto, Anna.
—
Sí, yo la reconozco,
es del apartamento A43, yo soy su vecino de al lado.
—
¡Ah! trabajo mucho así
que no conozco a casi nadie del edificio.
—
No se preocupe, yo
sólo la reconozco de vista.
Héctor
se quedó mirando hacia el vacío un rato, respiraba de forma pesada y el sol le
hacía tener una expresión de mal genio a pesar de su agradable sonrisa.
—
Yo creo que lo mejor
es irnos de noche, para el campo – dijo el joven gordo.
—
Darren, eso no nos
ayudaría en nada, salgamos ya – Dijo Héctor recobrando un poco el sentido en la
conversación.
—
Estamos muy cansados,
por poco y no logramos llegar hasta aquí – respondió el otro hombre del grupo –
Además perdimos a Mónica subiendo las escaleras.
—
Sí nos vamos a quedar
aquí nos vamos a morir, entre más tiempo pase, más de esas cosas van a haber en
todos lados, porque más gente va a seguir muriendo – Anna se había puesto de
pie y se había involucrado en la conversación.
—
¿Pero y cómo? –
Preguntó Darren.
Anna
señaló hacia la cornisa por la que había subido.
—
Las escaleras de
emergencia, hay que intentarlo, necesito llegar a Winewood.
—
¿Por qué?
—
Allá viven mis padres,
quiero encontrarlos.
Todos
se miraron entre ellos, la figura de Anna ahora imponente la contorneaba el sol
mientras señalaba. A pesar de su codo seguramente fracturado quería intentarlo,
ya no le quedaba nada más salvo su instinto de conservación. Por primera vez
Anna tomaba las riendas de algo, lideraba a estas personas. El otro hombre
quien llevaba una camisa blanca y chaqueta verde se levantó.
—
Fui militar varios
años, sargento primero Michael Vernon, podemos coordinarnos de forma militar y
lograr salir rápido, pero no nos podemos detener, sin importar quien caiga, los
demás deben seguir, servirán de distracción, tengo un auto parqueado a 5 calles
de aquí y aquí están las llaves – el hombre sacó unas llaves del bolsillo de su
chaqueta las cuáles colgaban de un llavero con forma de una bala calibre 50.
Tardaron
una hora coordinando cómo saldrían del callejón, dispuestos a jugarse la vida
con tal de tener una chance mínima de supervivencia, los ruidos de las bestias
sonaban en la cabeza de Anna, se hacían más fuertes entre más se acercaba el
momento de bajar uno por uno por las gradas rojas de emergencia.
—
Laura, tienes que
cubrir a Julie una vez ella baje y sirva de señuelo – dijo Michael señalando a
la mujer con la que primero había hablado Anna.
Julie
era la más joven de todo el grupo, era estudiante de medicina, se había
ofrecido voluntariamente ya que no creía que sería alcanzada fácilmente. Tenía
un cuerpo muy atlético y unas piernas muy largas que le permitían correr muy
bien. Anna sentía cierto remordimiento por ser quien sugirió el plan de
intentarlo, de no ser así esta chica no estaría corriendo el peligro de sufrir
una muerte horrorosa, Anna sólo quería comprobar que sus padres estuviesen bien
o en su defecto, perder del todo la esperanza respecto a ellos-
Había
pasado ya el medio día cuando Julie puso pie sobre el callejón. Esta corrió
rápidamente en dirección a Lounge Street, la calle más concurrida del mundo que
observaba Anna todas las noches. Los demás bajaron poco después mientras Laura
seguía arriba en las escaleras y disparaba a unos cuentos que iba detrás de
Julie para hacérselo todos más fácil, mientras los demás fueron de forma muy
sigilosa hacia la calle contraria, aseguraron una posición para esperar a Laura
quien empezaba a bajar escalón a escalón metálico con el arma tomada y las
manos temblando. Se vería con Julie dos calles más adelante después de haber
perdido a los zombis en carrera.
Anna
sintió un ligero alivio al emplear el plan, el nerviosismo de los minutos
previos en la terraza había desaparecido, un silencio se apoderó de todos al ir
bajando, una vez más agachaban las cabezas con tal de no verse las caras los
unos a los otros o pronunciar palabra alguna. Durante la bajada en las
escaleras Anna sólo podía ver las piernas de Julie, sacudiéndose a cada bajada
que daban sus pies ¿Aguantarían la tarea que debían de hacer? Eran esbeltas y
jóvenes a diferencia de las suyas, Anna imaginaba escenarios dónde Julie se
cansaba y era alcanzada, ellos la esperarían lo más posible pero esta jamás
llegaría, pero en ningún momento Anna se imaginó que justo antes de doblar la
esquina vería a Julie resbalarse en un charco de sangre, sus piernas se vieron
más frágiles que nunca al patinar en aquel pozo rojo escarlata, mismo rojo del
que quedaría manchada por completo al caer al suelo. Si hubo un grito Anna no
pudo escucharlo, su mirada y la de Julie se cruzaron cómo no había sucedido
mientras bajaban las escaleras, desde la parte baja de la espalda Anna pudo
sentir un vacío dentro de los huesos peor que lo que sentía en su brazo roto,
el primer mordisco fue hacia uno de sus muslos, luego la rodearon entre tantos
que Anna ya no pudo ver nada más, si Julie le quiso pedir ayuda lo hizo con la
mirada, pero Anna sólo se pudo voltear a tiempo para huir de los demás zombis
que ya no estaba distraídos por la chica que corría ágilmente entre ellos.
Michael la tomó por la chaqueta y a la fuerza la llevó a la calle principal,
ahora era cuándo había empezado realmente el plan.
Debían
ir por la calle corriendo sin parar. No había forma de cubrirse la espalda
porque venían de todas las direcciones. Anna sólo podía correr por la acera
haciendo zigzag entre todas las criaturas que abalanzaban sobre ella. Michael
gritaba a todos y de vez en cuándo soltaba un disparo, el hombre se veía
emocionado en medio de toda la situación, una discreta sonrisa se le dibujaba a
través de la tupida barba blanca y sus ojos se iluminaban con cada tiro de
fusil que daba en la cabeza sus perseguidores. Héctor se movía casi en línea
recta derriban a alguno con el hombre para abrirse paso. Mientras, Darren
corría bastante lento, pero su precisión con el arma le daba vía libre para
escapar con facilidad. Al otro lado, en la acera contraria, en el lado soleado
de la calle, Laura corría con desesperación, sus manos temblaban tanto que
fallaba los breves disparos que daba, no le quedó otra opción más que subirse
encima de los autos y correr a través de ellos, pero los zombis eran muy
rapidos y se amontonaba para cerrarle el paso, en un momento, Laura se quedó parada
encima de un carro rojo, gritando de terror mientras intentaba tumbar a los que
torpemente se subían al carro con el fin de alcanzarla.
—
¡Laura! – Darren se
había dado la vuelta y le disparaba a los zombis que rodeaban el auto en el que
estaba subida.
—
No paren, les dije que
si alguien se quedaba había que abandonarlo – gritó Michael con muy poco
aliento.
Ya
era muy tarde, Darren había descuidado su espalda, Michael no se detuvo y
siguió su camino mientras agarraba el arma con una mano para correr más cómodamente.
Anna estaba muy cerca, sintió el piso vibrar con su caer, pudo haber sido una
simple cuestión de darle la mano y ayudarlo a levantarse, pero el plan era
claro, la caída de alguno podía significar la salvación de otros. Darren
lloraba mientras tiraba una mirada petrificante al rostro de Anna el cuál
palidecía al razonar la decisión que había tomado, ni siquiera miró a Laura, su
destino ya le era indiferente.
Habían
avanzado 2 calles, faltaban otras 3. Se detuvieron para tomar un aire, Anna
podía tan sólo asimilar la muerte del joven chico, le había dicho sus deseos de
sobrevivir antes de bajar, vivía sólo en su apartamento, al igual que todos,
era un estudiante que había llegado a la ciudad 4 meses atrás con el fin de
lograr sus sueños, realmente no era muy diferente a ella con el desarraigo que
la acompañaba en su diario vivir y ahora con la orfandad que llegaron a
compartir por unas breves horas entre la llegada de Anna al techo y los
acontecimientos dónde le habían arrancado la vida a Darren.
—
Es idéntico que en
Vietnam – dijo el viejo tomando un largo respiro – Si alguien caía había que
dejarlo de lado, no hay lugar para los que quieran pararse a ayudar, estamos en
guerra, esta es nuestra selva y el enemigo nos rodea en cada paso que damos, sólo
que en Vietnam de eso no nos dábamos cuenta.
—
¡Personas acaban de
morir ¿Y eso es lo único en lo que usted piensa?!
—
Disculpe señorita,
pero el altruismo se quedó de lado desde que usted propuso este plan, no olvido
que usted en reiteradas ocasiones, no fue capaz ni de sostenerme una puerta
para dejarme pasar ¿Y ahora en el apocalipsis si quisiera hacerlo?
Michael
alcanzó en su bolsillo un puro de un gran tamaño que se llevó a la boca y con
un encendedor del ejército lo encendió. Tiró una gran bocanada de humo hacia
arriba, cargó el fusil y se puso a caminar hacia adelante con gran
determinación.
—
Sigamos, ya lo hecho,
hecho está – el viejo de espaldas a los demás se mantenía firme en su postura –
Si me agarran a mí, espero que huyan, estaré feliz de que lo haga, si mi muerte
les puede ayudar a seguir con vida, así fue cómo acordamos.
Los 3
restantes embestían con todas sus fuerzas hacia adelante, Anna miraba por
breves instante a sus compañeros cada uno con su táctica, separados para así no
ser atrapados a la vez. En ese momento recordó al viejo una vez más en la
terraza, sus años en el ejército le habían dejado una pensión y se había
resignado a vivir en soledad, tranquilo, sin las molestias del ritmo de vida
que había en la gran ciudad, todo le era ajeno, salía en las mañanas a pasear a
su perro, un pastor alemán perfectamente entrenado y de vez en cuando salía en
las noches para llegar un poco alicorado en las noches, Anna lo había visto un
par de veces mientras llegaba del trabajo, se sorprendía que a pesar de su edad
no caminara con bastón y de que un hombre de tan avanzada edad viviera sólo en
unos apartamentos dónde vivían quienes soñaban con una gran vida desde lo
pequeño de sus cuartos, nunca le sostuvo la puerta el viejo, fingía afán al
verlo por lo que no se tenía que detener en ningún instante para hacer la
cortesía de dejarlo pasar y ahora era él quien sin motivo alguno, los había
ayudado a pasar a ella y a Héctor, disparaba temerario su viejo fusil contra la
carne putrefacta de los zombis, sin retroceder un paso tan siquiera, sí se les
acercaba los cortaba con un cuchillo más grande que su cara, su piel parecía
dura cómo un blindaje y su pelo parecía cortado cada día para mantener su forma,
cuadrada y de color blanco, era obvio, era un hombre viejo Anna corría muy
asustada dando un disparo con el brazo que no se había lesionado, no lo
entendió inmediatamente, por qué el viejo le había arrojado unas llaves y le
había dado esa mirada una vez más, se había quedado sin balas y el cuchillo no
era suficiente para todos, lo vio alzar el puño por encima de toda la multitud.
Era la primera vez que Anna veía una granada en persona y cómo esta funcionaba,
un estruendo inmenso se produjo después de que Anna giró su vista para seguir
corriendo, habían llegado finalmente, a la última calle.
Ya no
podían detenerse, podían ver el auto del viejo tal cual él lo había descrito
horas antes, un jeep verde blindado, estaba ahí aparcado en toda la acera. Ya
no importaba realmente los que quedaran, ella tenía las llaves y no le quedaba
sino unos metros. Quizá Héctor en el otro lado lo lograra, quizá no. De haber
mirado atrás habría visto a Laura morir en su momento o al viejo, de haber
vuelto a su pueblo tal vez habría visto morir a sus padres, pero correr hacia
adelante era lo único que se le ocurría en un momento como este, correr cómo en
el sombrío pasillo a pesar de ni siquiera comprender lo que pasaba. No llevaba
la cuenta pero sabía que le quedaban pocas balas, las suficientes para llegar,
prender el auto y no mirar por el retrovisor. Héctor gritó tan duro pidiendo
ayuda que le fue imposible ignorarlo, seguramente se habría topado varias veces
con él en el ascensor, pero no habían levantado el rostro ni para darse un
buenos días, seguramente fue el quien le pidió entrar a su departamento para
colarse al suyo por la ventana una vez que olvidado las llaves de su casa, pero
ahora parecía tener un rostro, ese hombre de pelo crespo y una barba de 3 días
disparaba a un grupo que le bloqueaba el camino mientras se soltaba de uno que
lo agarraba por la espalda. Con un bate de béisbol golpeaba a un zombi que se
desplomó en el suelo mientras el corría a la derecha. Anna pudo verlo en ese
momento, el instinto de supervivencia de este hombre con la nariz aguileña
quien se aferraba a la vida con cada batazo que daba a los zombis, a punto de
ser alcanzado y en conocimiento del plan de abandonar a los otros, no perdía la
esperanza de salvarse y luchar a los golpes para avanzar los pocos metros que
le hacían falta. “Uno, dos, tres, cuatro, cinco” Anna contó cada disparo en su
cabeza mientras veía cómo Héctor se liberaba e iba corriendo hacia ella quien
estaba a punto de arrojarle las llaves para que él pudiese salvarse al abandonarla
a ella, la tomó del brazo y la sacó del pozo de no muertos en que se
encontraba.
Poco
recuerda Anna el después. No recuerda si ella o él condujeron por encima de los
muertos que hacían que las vías de la ciudad parecieran mal construidas. No
recuerda si cruzaron por la calle Lime o la calle Philip Howard, en su mente
tan sólo está ese momento en que se dio por muerta pero Héctor la salvó. Ya en
las afueras de la metrópolis, con mayor tranquilidad, conversaron, mientras
veían el atardecer, Anna pudo escuchar el bullicio pacífico del campo que no
escuchaba hace 5 años mientras veía una de las caras de la inmensa ciudad llena
de rascacielos, ya no era lo que era antes. El sol ya no parecía brillar
adentro. Anna se despedía de su vida en la ciudad. Desde ese punto, ella y
Héctor tomarían caminos separados, ella hacia Winewood, al sur, y él hacia el
este, hacía Brockindale. Anna se iba a reencontrarse con su pasado y su
humanidad, carente desde hace mucho, sostuvo la puerta, trabó el ascensor y
levantó la cara para saludar y despedirse por primera vez de un vecino, después
de cinco años de haber vivido ahí.
por
¡Me gusta el concepto! ¡Espero el proxim capitulo!
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ResponderEliminarWow!! super entretenido! ya quiero saber que pasará después
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