viernes, 1 de mayo de 2020

DÍA Z



Dia z.




I. Anna

Anna había llegado tarde del trabajo. La casa se mantenía en gran orden a pesar de no ser verano ni primavera y del gélido entrante por la ventana que daba justo en la cocina, hecha en su mayoría de metal. Era la única forma para ella de evitar pagar una factura más alta por el aire acondicionado central del edificio, a coste de esto, debía soportar el frío incluso con la estufa y el horno prendidos. Estofado, su especialidad, llevaba tiempo cocinando para sí misma, una de las muchas desventajas de ser una pequeña joven en una ciudad donde cada apartamento medía un espacio de 10x10.

Hoy sería una noche linda, era fin de semana, así que Anna tomaría una copa de vino, vería una película y se dormiría ligeramente tarde bajo la sinfonía de una metrópolis que nunca duerme y despiertaría bajo la pulsante necesidad de salir a buscarse la vida. Anna apreciaba momentos como este, podía dejarse llevar un poco mientras contemplaba las luces al fondo, como si tratase de una gran pintura la cuál recordaría al final de sus días, le resultaba más interesante el paisaje cambiante que el marco fijo de un cuadro que permanece estático en los museos, amaba la ciudad y las ventajas que esta le brindaba, amaba el metro y el sonar de los carros en la venida con un pitido prolongado en raras ocasiones que eran cómo momentos que conmemorar ya que rara vez se oían en la calle de afuera de su casa los pasos de las ruedas más que de las personas, ella amaba esto, amaba oír el bullicio humano a pesar de no discernir ninguna parte de una conversación en particular, le bastaba con poder imaginarlas, a dónde se dirigía esa cabeza rubia similar a una hormiga, o aquél hombre de traje y sombrero que adelantaba a los demás transeúntes con prisa. Anna observaba todo desde la cómoda posición de su balcón se ponía en el de forma que escuchara la ciudad en un lado y su olla en el otro para evitar cualquier error en la cocina, de esta forma sentía el claro oscuro de estar afuera y adentro del mundo al tiempo.

El tiempo pasó entre persona y persona que caminaba bajo los ojos de Anna hasta que al fín se sirvió su comida, tomó un plato y meticulosamente lo lavó antes de ponerlo sobre la mesa y servirse, de la nevera sacó una botella de vino a la mitad y tomó la única copa refinada de su hogar para ponerla sobre la mesa para una sola persona que había en la mitad de su apartamento. En silencio pero con disfrute devoró todo lo del plato acompañado de unas 2 o 3 copas de vino casi llenas. En medio del banquete personal pensaba, en el mundo, en el ayer y el hoy, cómo había llegado hasta ese momento exacto para sentir esa brisa sobre su espalda mientras escuchaba los duros pasos de su vecino en el piso de arriba, con la copa en la mano y sin más que hacer salvo esperar el nuevo lunes para levantarse a trabajar.
Después de lavar los platos Anna caminó hasta el balcón y con la ebriedad de la somnolencia divisó a lo lejos 2 figuras sobre la calle, 2 amantes persiguiéndose el uno al otro por todo el parque, un aire de infantilidad se notaba sobre ambas personas quienes iban de un lado a otro alrededor de un árbol sin cansancio, Anna se posó sobre el marco de la ventana para verlas unos escasos segundos y cerrar la ventana para evitar el frío incomodo de las mañanas en la ciudad. Se aproximó a su cama y se dejó desplomar sobre ella dando fuertes rebotes contra el tendido rojo oscuro que estaba en una esquina de la habitación. Abrió los ojos una última vez para ver la marca en su despertador, las 12 de la noche.



7 de la mañana, Anna estaba de lado sobre los tendidos arrugados de la cama, se movía de un lado a otro buscando la comodidad de la sombra, las múltiples ventanas de su apartamento ahora irradiaban luz directo a su fino rostro. Al voltearse hacia la cocina sintió el impulso de levantarse hacia ella, tomar 2 de los tomates restantes de su cena de anoche y prepararse el desayuno con ellos. Abrió el grifo sólo para percatarse de que había olvidado pagar el recibo, lo tenía en su bolso doblado junto a las fotos de sus padres. El amanecer de este día era también frío, el viento pegaba contra la ventana y el silencio yacía sobre los pisos de abajo ya que no llegaba ruido alguno al apartamento de Anna quien después de ver las fotos de ambos padres ahora buscaba su teléfono para poder llamarlos, llevaba casi dos semanas sin hacerlo, se había vuelto despreocupada con las llamadas, ya no lo hacía día de por medio cómo cuando recién se mudó a la gran ciudad, pero ahora se disponía a hacerlo aprovechando que su estufa apenas se ponía caliente por tan baja temperatura del ambiente.
Los timbres del teléfono era lo único que ella escuchaba mientras caminaba de lado a lado por el apartamento, a cada paso sonaba y sonaba la madera del suelo mientras escuchaba también los agitados pasos de su vecino en el piso de arriba de un lado a otro, frenéticamente, parecía seguirla dicho ruido proveniente del piso de arriba a medida que la conexión fallaba una y otra vez al intentar llamar. Poco a poco fue perdiendo las esperanzas de que le contestaran o de tan sólo dejar un mensaje en el correo de voz, en esa mañana Anna no pudo tan siquiera escuchar el mensaje grabado de sus padres, al resignarse de forma bastante molesta tomó el bolso, una chaqueta y la bufanda, aún con agresividad por la llamada telefónica y cruzó la puerta al espectral aura de silencio que inundaba cada vez más a su desacostumbrada cabeza, haciéndose cada vez más notorio el silencio, sin bullicio de la calle. A pesar de haber abierto la ventana no más levantarse, a pesar de que la calle era la más concurrida del mundo con alrededor de dos millones de transeúntes a diario, ese día no parecía haber nadie.
Afuera en el pasillo la luz titilaba sobre el techo, como siempre Anna divisó el ascensor al fondo de la serie de puertas marcadas, cada una con una letra y dos números. A43 decía la puerta de Anna la cuál cerró silenciosamente mientras le ponía seguro con la mano. Adelantó por el pasillo con la punta fría de la nariz moviéndose de lado a lado, de puerta en puerta fue saltando a pasos acelerados hasta tocar el botón que llama al ascensor a su piso. Anna pudo escuchar desde un costado una puerta abrirse en el eco del final del corredor, para ella era sencillo ignorarlo, la gente salía y entraba de sus casas sin tan sólo levantar la mirada para no tener que saludarlos en lo angosto del pasadizo o del ascensor. Pero Anna pudo sentir viniendo desde la oscuridad intermitente que poco a poco se apoderaba de su visión, un gruñido similar al de un animal nocturno, de esos que los ojos se les enrojecen en el frenesí de ver a una presa, de ver a Anna, los estruendos retumbaban del piso al techo, de manera dispar pero constante, un golpe más profundo e intenso que el otro aproximándose cada vez más, Anna sólo dejó escapar un grito ahogado antes de empezar a correr en dirección contraria a la fuerza que avanzaba tambaleándose a zancadas salvajes sin señales de cansancio, a diferencia de Anna que notaba las repercusiones de su prolongada vida sedentaria, fue aquel rostro, de alguna vez haber alzado la mirada para ver a sus vecinos seguramente no lo había reconocido en este momento, un rostro lleno de rojo y tejidos casi hasta un blanco vívido y un ojo que palpitaba desfigurado desprendido de la retina, sin duda Anna había corrido al ver la carne hecha añicos, había corrido sin darse cuenta de que iba hacia un callejón sin salida de que había un gran vidrio contra el que chocaría de seguir corriendo. Anna sólo podía divisar esa ventana, blanca y resplandeciente, cargó contra ella y golpeándola con el codo la rompió, metió primero su cabeza y con una última parte de su pie tocó sin querer la carne fresca del individuo que la seguía.

Se puso contra la cornisa y con la punta de los pies en el vacío, veía como de la ventana pequeña brotaban manos intentando rasgar el aire para acortar la distancia que había entre ellos y Anna quien despavorida se acurrucaba con mucho cuidado de no caer, las lágrimas empezarían a caer por su rostro destruido moralmente, se tapaba constantemente la cara con la mano izquierda enredando sus cabellos en el sudor, las gotas que salían desde sus ojos caían 20 pisos para mezclarse con la sangre que cubría la pila de cadáveres con traje, con ropa deportiva, vestidos casuales, vestidos, ropa de niños y ropa de ancianos, sobre el cemento por el que caminaban a diario en sus vidas cotidianas yacían, ellos y las lágrimas de Anna, que se desprendían desde sus ojos quienes no se atrevían a mirar hacia abajo cómo lo hacía cada anoche antes de irse a dormir.



Horas, minutos o segundos, Anna sintió lo relativo del tiempo, habían pasado semanas desde que llamó a sus padres por última vez, tan sólo un mes desde que los había visto, cinco años desde que se mudó a la gran ciudad, pero segundos desde que todas sus nociones se habían perdido en el vértigo y los gruñidos, el viento pegaba más frío que nunca contra la pared, rodeaba a Anna como una sombra que se aferraba a ella por encima y no la dejaba moverse en ninguna dirección estaba ahí contemplando el ocaso de la ciudad que hoy se veía pálida con el grisáceo de los edificios. Desde ahí podía escucharlo, un gran ruido de un helicóptero que sobrevolaba el área, fue lo que poco a poco la impulsó a moverse la lado y lo más pegada a la pared que podía, paso a paso sentía la muerte en un posible desliz. De voltearse hacia las ventanas que daban un vistazo al interior de los apartamentos, paredes manchadas de sangre y personas siendo comidas mordisco por mordisco por los no muertos que ahora reinaban en el lugar, se movían cómo animales, por el instinto mismo, dentro sus ojos los cuáles parecían estar por saltar de sus cuencas no había ni un rastro de haber sido una persona algún día, una madre podía comer del cuerpo de su hijo puesto que no lo recordaría en lo más mínimo, Anna podía escucharlo todo e imaginar el peor escenario posible, su padre devorando a su madre mientras esta intentaba razonar con él, en estos dentro de los cuartos no había humanidad que quedara, ni siquiera las personas las que por tantos años había ignorado escondida tras la puerta de su casa, ni siquiera les abría la puerta cuándo iban a tocar, ni siquiera les retenía el ascensor cuándo los veía correr en para intentar llegar a tiempo a sus obligaciones, ella miraba su celular y pretendía estar distraída, ahora después de muertos ya no podía ignorarlos, a pesar de que para ella ni siquiera tenían un rostro y recordaba más el de aquel que por poco la devora a ella, ahora, no podía simplemente con la culpa de que esas personas estuvieran ahí o de que alguna vez lo habían estado, al llegar a la terraza con la que limitaba la cornisa pudo sentir finalmente algo de calor que se colaba por la suela de su zapato, el piso golpeado directamente por el sol acalorándolo todo.

Anna no tenía idea de que hacer, no sabía hacia dónde ir, se sentía encerrada en ese espacio tan abierto en el que se había confinado con tal de sobrevivir, por un instante se había salvado pero ahora tenía que pensar rápido o moriría en ese mismo punto y de nada le habría servido sufrir todo el incesante dolor en el codo que apenas se había notado ahora. Se quitó la blusa y se hizo una especie de cabestrillo improvisado. De repente escuchó desde adentro 2 fuertes disparos, el impulso de Anna fu dirigirse hacia a ellos y corrió a toda velocidad, venían de arriba, empezó a subir a través de las escaleras de emergencia mientras los tiros no paraban de ir y venir de un lado a otro, varias personas se gritaban entre sí apoyándose, algunos estaban combatiendo a los zombis.

Los cuerpos se desplomaban perdiendo por completo la fuerza y velocidad con la que avanzaban contra el grupo de 5 personas que se cubría las espaldas unos a otros, los sonidos metálicos de las armas se hacían más y más intensos impulsando a Anna a terminar de trepar y correr hacia estas personas.
         Aquí, aquí – gritó Anna fuertemente buscando la ayuda de estos.
         Corra hacia nosotros – dijo una mujer quien se volteó un poco para hablarle
Entre 2 de los hombres procuraron cerrar la puerta por la que venían todos los zombis que entraban mientras Anna se refugiaba en la espalda de estas personas.
         Muchas gracias, pensé que era la única – Anna si mucho podía decir las palabras con la voz muy alta, aturdida por la situación.
         Tranquila, que suerte que nos encontraste – replicó la misma mujer ya más tranquila viendo cómo los otros 2 compañeros le machacaban la cabeza a un zombi con tal de cerrar la puerta.
         Es mejor que se siente y descanse – le dijo a Anna un hombre de más o menos cincuenta años que se le había acercado por la espalda.
         Sí, descanse porque estamos jodidos – desde el fondo dijo uno de los que estaba cerrando la puerta, ya que lo habían logrado, el joven gordo de tez negra se secó el sudor con la mano con la que cargaba el arma después de decirlo – Yo ya no creo que venga ninguna ayuda.
         No sé si escuchó el helicoptero, pensábamos que venía a rescatar, por eso nos arriesgamos a subirnos hasta acá, pero siguieron de largo – La mujer de hace un rato parecía estar sumamente molesta al respecto.
Todos se sentaron a descansar, un hombre con gorra y camisilla se acercó a Anna para hablarle
         Mucho gusto, Héctor.
         Mucho gusto, Anna.
         Sí, yo la reconozco, es del apartamento A43, yo soy su vecino de al lado.
         ¡Ah! trabajo mucho así que no conozco a casi nadie del edificio.
         No se preocupe, yo sólo la reconozco de vista.
Héctor se quedó mirando hacia el vacío un rato, respiraba de forma pesada y el sol le hacía tener una expresión de mal genio a pesar de su agradable sonrisa.
         Yo creo que lo mejor es irnos de noche, para el campo – dijo el joven gordo.
         Darren, eso no nos ayudaría en nada, salgamos ya – Dijo Héctor recobrando un poco el sentido en la conversación.
         Estamos muy cansados, por poco y no logramos llegar hasta aquí – respondió el otro hombre del grupo – Además perdimos a Mónica subiendo las escaleras.
         Sí nos vamos a quedar aquí nos vamos a morir, entre más tiempo pase, más de esas cosas van a haber en todos lados, porque más gente va a seguir muriendo – Anna se había puesto de pie y se había involucrado en la conversación.
         ¿Pero y cómo? – Preguntó Darren.
Anna señaló hacia la cornisa por la que había subido.
         Las escaleras de emergencia, hay que intentarlo, necesito llegar a Winewood.
         ¿Por qué?
         Allá viven mis padres, quiero encontrarlos.
Todos se miraron entre ellos, la figura de Anna ahora imponente la contorneaba el sol mientras señalaba. A pesar de su codo seguramente fracturado quería intentarlo, ya no le quedaba nada más salvo su instinto de conservación. Por primera vez Anna tomaba las riendas de algo, lideraba a estas personas. El otro hombre quien llevaba una camisa blanca y chaqueta verde se levantó.
         Fui militar varios años, sargento primero Michael Vernon, podemos coordinarnos de forma militar y lograr salir rápido, pero no nos podemos detener, sin importar quien caiga, los demás deben seguir, servirán de distracción, tengo un auto parqueado a 5 calles de aquí y aquí están las llaves – el hombre sacó unas llaves del bolsillo de su chaqueta las cuáles colgaban de un llavero con forma de una bala calibre 50.
Tardaron una hora coordinando cómo saldrían del callejón, dispuestos a jugarse la vida con tal de tener una chance mínima de supervivencia, los ruidos de las bestias sonaban en la cabeza de Anna, se hacían más fuertes entre más se acercaba el momento de bajar uno por uno por las gradas rojas de emergencia.
         Laura, tienes que cubrir a Julie una vez ella baje y sirva de señuelo – dijo Michael señalando a la mujer con la que primero había hablado Anna.
Julie era la más joven de todo el grupo, era estudiante de medicina, se había ofrecido voluntariamente ya que no creía que sería alcanzada fácilmente. Tenía un cuerpo muy atlético y unas piernas muy largas que le permitían correr muy bien. Anna sentía cierto remordimiento por ser quien sugirió el plan de intentarlo, de no ser así esta chica no estaría corriendo el peligro de sufrir una muerte horrorosa, Anna sólo quería comprobar que sus padres estuviesen bien o en su defecto, perder del todo la esperanza respecto a ellos-


Había pasado ya el medio día cuando Julie puso pie sobre el callejón. Esta corrió rápidamente en dirección a Lounge Street, la calle más concurrida del mundo que observaba Anna todas las noches. Los demás bajaron poco después mientras Laura seguía arriba en las escaleras y disparaba a unos cuentos que iba detrás de Julie para hacérselo todos más fácil, mientras los demás fueron de forma muy sigilosa hacia la calle contraria, aseguraron una posición para esperar a Laura quien empezaba a bajar escalón a escalón metálico con el arma tomada y las manos temblando. Se vería con Julie dos calles más adelante después de haber perdido a los zombis en carrera.

Anna sintió un ligero alivio al emplear el plan, el nerviosismo de los minutos previos en la terraza había desaparecido, un silencio se apoderó de todos al ir bajando, una vez más agachaban las cabezas con tal de no verse las caras los unos a los otros o pronunciar palabra alguna. Durante la bajada en las escaleras Anna sólo podía ver las piernas de Julie, sacudiéndose a cada bajada que daban sus pies ¿Aguantarían la tarea que debían de hacer? Eran esbeltas y jóvenes a diferencia de las suyas, Anna imaginaba escenarios dónde Julie se cansaba y era alcanzada, ellos la esperarían lo más posible pero esta jamás llegaría, pero en ningún momento Anna se imaginó que justo antes de doblar la esquina vería a Julie resbalarse en un charco de sangre, sus piernas se vieron más frágiles que nunca al patinar en aquel pozo rojo escarlata, mismo rojo del que quedaría manchada por completo al caer al suelo. Si hubo un grito Anna no pudo escucharlo, su mirada y la de Julie se cruzaron cómo no había sucedido mientras bajaban las escaleras, desde la parte baja de la espalda Anna pudo sentir un vacío dentro de los huesos peor que lo que sentía en su brazo roto, el primer mordisco fue hacia uno de sus muslos, luego la rodearon entre tantos que Anna ya no pudo ver nada más, si Julie le quiso pedir ayuda lo hizo con la mirada, pero Anna sólo se pudo voltear a tiempo para huir de los demás zombis que ya no estaba distraídos por la chica que corría ágilmente entre ellos. Michael la tomó por la chaqueta y a la fuerza la llevó a la calle principal, ahora era cuándo había empezado realmente el plan.

Debían ir por la calle corriendo sin parar. No había forma de cubrirse la espalda porque venían de todas las direcciones. Anna sólo podía correr por la acera haciendo zigzag entre todas las criaturas que abalanzaban sobre ella. Michael gritaba a todos y de vez en cuándo soltaba un disparo, el hombre se veía emocionado en medio de toda la situación, una discreta sonrisa se le dibujaba a través de la tupida barba blanca y sus ojos se iluminaban con cada tiro de fusil que daba en la cabeza sus perseguidores. Héctor se movía casi en línea recta derriban a alguno con el hombre para abrirse paso. Mientras, Darren corría bastante lento, pero su precisión con el arma le daba vía libre para escapar con facilidad. Al otro lado, en la acera contraria, en el lado soleado de la calle, Laura corría con desesperación, sus manos temblaban tanto que fallaba los breves disparos que daba, no le quedó otra opción más que subirse encima de los autos y correr a través de ellos, pero los zombis eran muy rapidos y se amontonaba para cerrarle el paso, en un momento, Laura se quedó parada encima de un carro rojo, gritando de terror mientras intentaba tumbar a los que torpemente se subían al carro con el fin de alcanzarla.
         ¡Laura! – Darren se había dado la vuelta y le disparaba a los zombis que rodeaban el auto en el que estaba subida.
         No paren, les dije que si alguien se quedaba había que abandonarlo – gritó Michael con muy poco aliento.
Ya era muy tarde, Darren había descuidado su espalda, Michael no se detuvo y siguió su camino mientras agarraba el arma con una mano para correr más cómodamente. Anna estaba muy cerca, sintió el piso vibrar con su caer, pudo haber sido una simple cuestión de darle la mano y ayudarlo a levantarse, pero el plan era claro, la caída de alguno podía significar la salvación de otros. Darren lloraba mientras tiraba una mirada petrificante al rostro de Anna el cuál palidecía al razonar la decisión que había tomado, ni siquiera miró a Laura, su destino ya le era indiferente.

Habían avanzado 2 calles, faltaban otras 3. Se detuvieron para tomar un aire, Anna podía tan sólo asimilar la muerte del joven chico, le había dicho sus deseos de sobrevivir antes de bajar, vivía sólo en su apartamento, al igual que todos, era un estudiante que había llegado a la ciudad 4 meses atrás con el fin de lograr sus sueños, realmente no era muy diferente a ella con el desarraigo que la acompañaba en su diario vivir y ahora con la orfandad que llegaron a compartir por unas breves horas entre la llegada de Anna al techo y los acontecimientos dónde le habían arrancado la vida a Darren.

         Es idéntico que en Vietnam – dijo el viejo tomando un largo respiro – Si alguien caía había que dejarlo de lado, no hay lugar para los que quieran pararse a ayudar, estamos en guerra, esta es nuestra selva y el enemigo nos rodea en cada paso que damos, sólo que en Vietnam de eso no nos dábamos cuenta.
         ¡Personas acaban de morir ¿Y eso es lo único en lo que usted piensa?!
         Disculpe señorita, pero el altruismo se quedó de lado desde que usted propuso este plan, no olvido que usted en reiteradas ocasiones, no fue capaz ni de sostenerme una puerta para dejarme pasar ¿Y ahora en el apocalipsis si quisiera hacerlo?
Michael alcanzó en su bolsillo un puro de un gran tamaño que se llevó a la boca y con un encendedor del ejército lo encendió. Tiró una gran bocanada de humo hacia arriba, cargó el fusil y se puso a caminar hacia adelante con gran determinación.
         Sigamos, ya lo hecho, hecho está – el viejo de espaldas a los demás se mantenía firme en su postura – Si me agarran a mí, espero que huyan, estaré feliz de que lo haga, si mi muerte les puede ayudar a seguir con vida, así fue cómo acordamos.


Los 3 restantes embestían con todas sus fuerzas hacia adelante, Anna miraba por breves instante a sus compañeros cada uno con su táctica, separados para así no ser atrapados a la vez. En ese momento recordó al viejo una vez más en la terraza, sus años en el ejército le habían dejado una pensión y se había resignado a vivir en soledad, tranquilo, sin las molestias del ritmo de vida que había en la gran ciudad, todo le era ajeno, salía en las mañanas a pasear a su perro, un pastor alemán perfectamente entrenado y de vez en cuando salía en las noches para llegar un poco alicorado en las noches, Anna lo había visto un par de veces mientras llegaba del trabajo, se sorprendía que a pesar de su edad no caminara con bastón y de que un hombre de tan avanzada edad viviera sólo en unos apartamentos dónde vivían quienes soñaban con una gran vida desde lo pequeño de sus cuartos, nunca le sostuvo la puerta el viejo, fingía afán al verlo por lo que no se tenía que detener en ningún instante para hacer la cortesía de dejarlo pasar y ahora era él quien sin motivo alguno, los había ayudado a pasar a ella y a Héctor, disparaba temerario su viejo fusil contra la carne putrefacta de los zombis, sin retroceder un paso tan siquiera, sí se les acercaba los cortaba con un cuchillo más grande que su cara, su piel parecía dura cómo un blindaje y su pelo parecía cortado cada día para mantener su forma, cuadrada y de color blanco, era obvio, era un hombre viejo Anna corría muy asustada dando un disparo con el brazo que no se había lesionado, no lo entendió inmediatamente, por qué el viejo le había arrojado unas llaves y le había dado esa mirada una vez más, se había quedado sin balas y el cuchillo no era suficiente para todos, lo vio alzar el puño por encima de toda la multitud. Era la primera vez que Anna veía una granada en persona y cómo esta funcionaba, un estruendo inmenso se produjo después de que Anna giró su vista para seguir corriendo, habían llegado finalmente, a la última calle.

Ya no podían detenerse, podían ver el auto del viejo tal cual él lo había descrito horas antes, un jeep verde blindado, estaba ahí aparcado en toda la acera. Ya no importaba realmente los que quedaran, ella tenía las llaves y no le quedaba sino unos metros. Quizá Héctor en el otro lado lo lograra, quizá no. De haber mirado atrás habría visto a Laura morir en su momento o al viejo, de haber vuelto a su pueblo tal vez habría visto morir a sus padres, pero correr hacia adelante era lo único que se le ocurría en un momento como este, correr cómo en el sombrío pasillo a pesar de ni siquiera comprender lo que pasaba. No llevaba la cuenta pero sabía que le quedaban pocas balas, las suficientes para llegar, prender el auto y no mirar por el retrovisor. Héctor gritó tan duro pidiendo ayuda que le fue imposible ignorarlo, seguramente se habría topado varias veces con él en el ascensor, pero no habían levantado el rostro ni para darse un buenos días, seguramente fue el quien le pidió entrar a su departamento para colarse al suyo por la ventana una vez que olvidado las llaves de su casa, pero ahora parecía tener un rostro, ese hombre de pelo crespo y una barba de 3 días disparaba a un grupo que le bloqueaba el camino mientras se soltaba de uno que lo agarraba por la espalda. Con un bate de béisbol golpeaba a un zombi que se desplomó en el suelo mientras el corría a la derecha. Anna pudo verlo en ese momento, el instinto de supervivencia de este hombre con la nariz aguileña quien se aferraba a la vida con cada batazo que daba a los zombis, a punto de ser alcanzado y en conocimiento del plan de abandonar a los otros, no perdía la esperanza de salvarse y luchar a los golpes para avanzar los pocos metros que le hacían falta. “Uno, dos, tres, cuatro, cinco” Anna contó cada disparo en su cabeza mientras veía cómo Héctor se liberaba e iba corriendo hacia ella quien estaba a punto de arrojarle las llaves para que él pudiese salvarse al abandonarla a ella, la tomó del brazo y la sacó del pozo de no muertos en que se encontraba.


Poco recuerda Anna el después. No recuerda si ella o él condujeron por encima de los muertos que hacían que las vías de la ciudad parecieran mal construidas. No recuerda si cruzaron por la calle Lime o la calle Philip Howard, en su mente tan sólo está ese momento en que se dio por muerta pero Héctor la salvó. Ya en las afueras de la metrópolis, con mayor tranquilidad, conversaron, mientras veían el atardecer, Anna pudo escuchar el bullicio pacífico del campo que no escuchaba hace 5 años mientras veía una de las caras de la inmensa ciudad llena de rascacielos, ya no era lo que era antes. El sol ya no parecía brillar adentro. Anna se despedía de su vida en la ciudad. Desde ese punto, ella y Héctor tomarían caminos separados, ella hacia Winewood, al sur, y él hacia el este, hacía Brockindale. Anna se iba a reencontrarse con su pasado y su humanidad, carente desde hace mucho, sostuvo la puerta, trabó el ascensor y levantó la cara para saludar y despedirse por primera vez de un vecino, después de cinco años de haber vivido ahí.


por
Henry D. Valencia



Próximamente capítulo 2 


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